3.26.2013

Oveja negra, ojos azules

Ovejas en un redil,
con espíritu de lobos,
pecan de valor pueril,
se creen que lo saben todo.

Cada cual más original,
y al final todos igual,
no son más que ovejas tontas,
siguiendo al que da la nota.

Y yo soy la oveja negra,
la que no marca tendencia,
la que vive desigual, 
la que nunca encajará.

Oveja negra, ojos azules,
no hay forma de que disimule
que soy de un mundo impaciente,
misma piel, espíritu diferente.

Vivo por y para la letra, 
pero mi causa está disuelta,
las palabras hoy no salen,
mañana dejaré que las ovejas me acorralen.

Y las razones se me acaban,
para seguir siendo la oveja negra,
misma piel, ojos azules,
y un sueño que pierde estela.

Me declaro en banca rota,
sigo queriendo dar la nota,
pero me estoy quedando sin ideas,
hoy no daré la buena nueva.

Quizá sí lo saben todo,
los que no tienen virtudes,
pero hoy me acuesto oveja
de pelo negro, ojos azules.

Quiero agradecer al chico de la bici la inspiración para esta entrada, por haberme dicho esa frase tan preciosa que se ha convertido en el título del poema.

3.06.2013

El chico de la bici

Debido a esta sociedad,
llora un chico de verdad,
un príncipe que quiere amar,
no a su reina utilizar.

Un romántico empedernido,
para él no hay nada perdido,
se alimenta de la adrenalina,
pero vive por su niña.

Es un rey bueno y atento,
merece poder tener su cuento,
la trata a ella de princesa,
pero más que hada es tigresa.

Para él ella lo es todo,
pero lo mismo opinan otros,
mientras que ven carne fresca, 
 él ve su alma descompuesta.

No os hablo de una bruja, 
ella vive en la burbuja,
la de un mundo competente,
que te aplasta si eres diferente.

Pero a él eso le extraña,
es uno de buena calaña
porque él sí es diferente, 
y así marca a su gente.

A este artista idealista,
le dedico mi revista,
porque vale más que el oro,
y sobre su bici lo puede todo.

Para el mejor chico que he conocido nunca, el más auténtico y el que más vale.
 No pierdas el equilibrio, rider.

3.04.2013

De tripas corazón

Menosprecian mi dolor,
sobrevaloran mi valor,
"haz de tripas corazón", 
eso dice mi mentor. 

Me sonríen al pasar,
sonrío de vuelta,
creen que voy a mejorar,
pero mi esperanza está disuelta.

Me preguntan los motivos
por las que no atiendo a maneras,
les repito mis problemas,
y se marchan pensativos.

¿Por qué alguien como ella
vive en un mundo alicaído?
¿Por qué me tratan de princesa
sin haberme conocido?

Hago daño a los que quiero,
alejo a los que puedo,
confinamiento solitario,
dolor sordo voluntario.

Hago de tripas corazón, 
mas ya no tengo valor,
nací falta de razón,
este es mi colofón.

3.02.2013

Palabras vacías

Te sientas a la mesa, bolígrafo en mano, página en blanco. Tras varios minutos con la mirada perdida en la ventana, llevas el bolígrafo al papel, pero no escribes nada. Esta vez, las palabras no saldrán. 

Esta mañana intentaste sacar una foto del amor, pero por mucho que te empeñaste, por muchas calles que recorriste, nada te pareció lo suficientemente... valioso. Ahora intentas escribir una carta de tu puño y letra, expulsar ese vacío que se expande dentro de ti sobre el papel, pero, claro, está vacío. 

<<A lo mejor lo estamos intentando demasiado, a lo mejor simplemente nos hemos despedazado, a lo mejor la oportunidad nos ha vencido>>.

Estas agrias palabras surgen de tu interior y fluyen por acción de la tinta sobre el papel. Después de tanto tiempo intentándolo, luchando a ciegas por la promesa de un objetivo, te encuentras con una hoja de papel en blanco, sin saber qué decir. A lo mejor es así como tiene que ser, una hoja de papel vacía de palabras para dos personas vacías de voluntad. ¿O no? Una retahíla de sentimientos sin sentido y promesas que no llegas a llevar a cabo, un conjunto borroso de sueños y pesadillas que ya no te permiten distinguir la realidad de la fantasía, lo verdadero de lo falso, lo valioso... de lo vacío. 

Sigues mirando fijamente el papel vacío bajo el amarillo enfermizo de la luz de la lámpara hasta que tu campo de visión se llena de puntitos negros; entonces, vuelves la vista al exterior, ahora completamente a oscuras. Intentas distinguir a la gente que camina apaciblemente varios pisos por debajo de ti, intentas averiguar si se sienten tan confusos como tú, si, a pesar de ir de la mano, esa pareja tiene secretos y problemas, si, a pesar de ir jugando con su perro, ese chico también duda de sí mismo, si, a pesar de correr con elegancia, esa chica sentirá un dolor interno tan intenso como el tuyo. Te preguntas si todos ellos sufren, si se cuestionan la vida o si son felices. Te gustaría que fueran felices. Que fueran capaces de rellenar una página en blanco. 

Sin embargo, quizá sea así como tenga que estar: en blanco. ¿Para qué hablar cuando no hay nada que decir? Arrugas el papel y coges un nuevo folio. Y ahora sí sabes qué escribir.

<<Perdóname por las palabras vacías, perdóname por los sentimientos confusos, perdóname por las dudas; perdóname por todo>>.

3.01.2013

El sueño VI

Naturalmente, Oskar nunca regresó.

Quise conservar la fe hasta que encontraron su cuerpo, a tan solo veinte metros del de su hermano, pero en realidad supe en el momento en el que sus labios por fin tocaron los míos que nunca volvería a verle. Esto no es una película, sino la vida real, y no había posibilidad alguna de sobrevivir a un temporal como aquel. Lo que más me duele es saber que pasó horas y horas agonizando, perdiendo la vida a tan poca distancia de Marco sin siquiera saberlo. Intento pensar en algo bueno, decir que sé que murió feliz, después de haberme besado, que sabe que le amaba con todas mis fuerzas y que todo saldría bien, pero sé que no es así. Oskar murió por salvar a su hermano, y no lo consiguió. Me gustaría pensar que de hecho sí pensó en mí antes de irse, pero no puedo estar segura.

Ha pasado ya mucho tiempo y yo he rehecho mi vida; conocí a otros chicos y tuve muchos besos, pero ninguno de ellos podrá compararse jamás con el que recibí de los labios de Oskar. A veces todavía me despierto llorando y esperando a que él aparezca en mi cuarto, poder apartarle el flequillo de la cara, ver sus ojos, que me dedique una de sus sonrisas, que me hable de cosas que no me interesan, que me abrace y me diga que todo va a estar bien. La mayoría de los días consigo olvidar el dolor hueco que dejó en mi interior, tan frío como la nieve que se lo llevó, y centrarme en mi nueva vida, pero cuando los recuerdos me atacan tengo que salir a esquiar; cojo la tabla y me pierdo en la montaña hasta que la adrenalina llena el hueco que dejó él.

Estuve esperando dos largos años a que me besara, luego pasé otros dos deseando que jamás lo hubiera hecho, pero finalmente he llegado a la conclusión de que su beso no fue ni una bendición ni una maldición, sino un regalo. Oskar sabía que iba en una misión suicida, pero confiaba en que iba a volver. No me dio su último aliento, no me concedió su último beso, no tenía nada de eso en mente.

Sencillamente, cumplió mi sueño.

El sueño V

Un estruendo desde el otro lado de la casa me saca de mis ensoñaciones; me seco los ojos lo mejor que puedo y voy corriendo hasta el salón, donde todos han empezado a gritar. Medio dormida todavía, atiendo a la escena sin entender nada.
-¡Oskar, no puedes ir!
Esa era Angela, que intenta agarrar al aludido por el brazo mientras él se zafa con agresividad.
-¡Es mi hermano y pienso ir a por él, ¿me oyes?! ¡Suéltame!
-¿Qué ocurre? -me atrevo a preguntar, con un hilo de voz.
Oskar aprovecha el segundo de confusión que provoca mi pregunta ante Angela y Peter y se sube la cremallera del traje de nieve a toda velocidad.
-¡Marco se ha ido!
-¿Cómo que se ha ido, a dónde?
-¡A esquiar! -grita Peter; nunca le había visto tan angustiado, y eso que es un chico muy tranquilo-. La noticia de que la ventisca estaba remitiendo le dio la excusa para salir disparado, ¡ni siquiera nos dimos cuenta! Y en la radio han dicho...
-Han dicho que la ventisca se ha intensificado -termino por él; yo también he oído el boletín.
Marco, perdido en la montaña, cegado por la nieve, derribado por el viento y herido por los accidentes geográficos. Marco, el hermano de Oskar, mi mejor amigo, la persona a la que él más quiere. Todas las piezas encajan mientras mi energía vuelve a mí de golpe, sólo para que el miedo se apodere de mí.
-¡Oskar, no puedes salir, morirás!
Se gira con violencia y me mira a través de una cortina de lágrimas.
-¡Es mi hermano pequeño, Karo, no puedo dejarle ahí fuera!

Debería, sé que debería retenerle con nosotros y no dejarle marchar, pero no puedo hacerlo. Hay un millón de razones que bastarían para mantener a Oskar a salvo conmigo, pero Marco es su hermano, y esa razón las desvanca todas.
-Por favor, ten cuidado -susurro.
-Te juro que volveré sano y a salvo, con Marco, volveremos los dos.
La discusión sólo sigue unos pocos minutos más, pero por fin queda claro que Oskar irá en busca de su hermano bajo cualquier circunstancia. Coge la tabla y se abrocha bien las botas; le da un abrazo a Peter y a Angela, y finalmente llega a mí. Me rodea con sus brazos y yo intento transmitirle toda la fuerza de la que dispongo para que le acompañe en su expedición, para que traiga a Marco de vuelta.
-Ten cuidado.
-Te lo prometo.

Antes de aventurarse en el blanco aterrador que nos rodea, se gira bruscamente, toma mi rostro entre sus manos y me besa. Seguidamente, desaparece.

El sueño IV

Es ya el quinto día que estamos aquí encerrados, pero por fin parece que la tormenta empieza a remitir, lo que levanta los ánimos de un grupo de amigos que ya empieza a hartarse de ver la luz del sol a través de una ventana. Marco ha entrado en una especie de síndrome de abstinencia y lleva dos días sin hablar con nadie, sólo gruñendo y gritando que quiere salir; Oskar se volvió a alejar por completo de mí después de la sesión de cine y se ha estado dedicando a tallar figuritas de madera de los troncos que no podemos echar al fuego; hasta Peter y Angela parecen haberse aburrido de la compañía del otro, y aunque no se han peleado, han hecho algún tipo de pacto silencioso para unirse con los de su género. Lo que a mí me devuelve a mi mejor amiga, aunque en realidad tampoco nos hagamos mucho caso; mayormente, he estado dibujando, pero ahora que se me acaban los carboncillos, he tenido pasarme al lápiz.

La radio volvió ayer al mediodía, y hoy por fin hemos conseguido sintonizar de nuevo la televisión; las noticias dicen que la ventisca habrá desaparecido por completo en dos días y que las autoridades lo tienen todo preparado para dar asistencia a los que han quedado recluidos y aislados (o sea, a gente como nosotros), lo que nos pone de nuevo en movimiento. Peter y Angela vuelven a formar una sola entidad, Marco sale de su pataleta y empieza a hablarnos de lo pronto que saldrá a recorrer la montaña y Oskar y yo por fin nos quedamos solos.
-No podemos hacer como que la otra noche no pasó, ¿sabes? -digo sin rodeos.
-Lo sé.
-¿Entonces?
-¿Qué quieres que diga, Karo? Sabes que... no sé, que no puedo hacerlo. Es algo que... ya sabes como soy, yo... te quiero, pero...
-Vale, vale, para; me estás poniendo nerviosa, cálmate. Oskar, te quiero y tú me quieres, ¿no?
-Sí.
-¿Entonces por qué no... -tomo aire antes de poder echarme atrás-... por qué no me besas? Yo... No lo entiendo.
Sé que he vuelto a hacerlo, le he alejado de mí otra vez. ¿Es mi estúpida manía de no dejar que las cosas sigan su curso natural o es que a él le asusta afrontar la realidad? Sospecho que un poco de las dos.
-Karo, no lo sé. Simplemente... No lo sé. Podría besarte ahora mismo y acabar con esto, pero simplemente... no puedo.

Entierra la cara en las manos y yo hago lo propio. Quiero que me abrace, que me haga cosquillas en el pelo y que me susurre que todo va a estar bien, que lo siente y que encontraremos una forma de arreglarlo. Pero no lo hace, sólo entierra la cara en las manos. Igual que yo. Al cabo de un minutos minutos el aire se vuelve demasiado denso como para respirar, así que me levanto y salgo de la habitación en silencio.
-Supongo que nunca será más que un sueño, después de todo.

El sueño III

No hemos vuelto a hablar del tema, pero sé que aunque nos estamos esforzando por olvidar aquel encuentro la noche pasada y comportarnos como personas maduras, a ninguno de los dos se nos va de la cabeza. A decir verdad, no lo entiendo; él me quiere, yo le quiero, los dos lo sabemos, pero aún así hay algo que a él le retiene. Sencillamente, no me tocará. No sé qué extrañas y enrevesadas inquietudes cruzarán su mente, pero a pesar de que yo he dado muestras de querer evitar el contacto físico en absoluto, cada día se aleja más de mí. Es la persona más dulce que he conocido, y a la vez la más distante.

Nos hemos sentado a ver una película a oscuras, y mientras Peter y Angela están tan cerca el uno del otro que podrían fusionarse en cualquier momento, Marco se sienta en la esquina del mismo sofá ansiando poder salir al aire libre y a ninguno de ellos podría importarles menos nuestra relación, Oskar y yo estamos a un metro el uno del otro. Me levanto un par de veces para ir al baño, y cuando regreso hago todo lo posible por hacer notar que quiero acercarme a él, pero se limita a correrse poco a poco hacia el extremo opuesto, hasta el punto de acabar alejándome para que no se caiga del sofá. Es desesperante. Acabo por resignarme y dejar pasar el asunto, más que otra cosa porque el dolor de cabeza está quemando todas mis fuerzas a demasiada velocidad; hace rato que dejé de prestar atención a la película, así que ahora me limito a fijarme en mis amigos mientras me voy hundiendo en el sofá dejando que la fiebre me consuma. Peter y Angela son pareja desde siempre, ni siquiera recuerdo cuándo dejaron de ser sólo amigos y dieron el siguiente paso; es uno de estos amores de toda la vida, que nació con ellos y morirá igual; verlos así de felices y unidos es como una puñalada en el estómago, así que centro mi atención en Marco. Marco, el eterno rompecorazones, el que no le tiene miedo a nada y que se parece a su hermano tanto como una mesa a un cabrito; he visto a ese chico salir con más chicas de las que yo conozco, aunque en realidad todos sabemos que está perdidamente enamorado de la tímida e introvertida Erika, dos años menor que él; pasa absolutamente de todo, pero cuando se pone los esquís y vuela sobre la nieve, el mismísimo diablo le tendría envidia de lo feliz que es. Probablemente eso sea lo único que comparta con Oskar, la pasión por la nieve. Porque lo que son las relaciones...

En algún momento de mi hilo de pensamientos distantes ha ocurrido el milagro; un fuerte y a la vez suave brazo ha venido a protegerme del frío, me ha inclinado contra su pecho y traza delicados círculos con el dedo en mi clavícula. El olor de Oskar me inunda, y me permito aprovechar este regalo del cielo rodeando su cintura con mis propios brazos y dejando que la suave oscilación de su pecho al respirar me acompañe a dormir.

Porque sé que mi sueño hecho realidad no durará mucho.

El sueño II

Un rápido vistazo por la ventana me informa de que la ventisca no ha hecho más que ir en aumento, y el amortiguado ruido de tazas me dice que los demás ya están desayunando. Después de una noche en vela esporádicamente interrumpida por pesadillas, la mañana se ha echado sobre mí para obligarme a hacer cara a mis mejores amigos. Y a Oskar.

Tengo el peor aspecto que probablemente haya tenido la desgracia de lucir jamás y la cabeza me da vueltas; el detalle no se le escapa a ninguno, pero todos hacen como que no se dan cuenta y reprimen todos los signos que dejen ver que sienten lástima por mí - probablemente oyeron mis gritos anoche. Peter y Angela, que sostienen una taza de algo humeante con una mano mientras se cogen de la otra, me dan los buenos días con su sonrisa más cálida; Marco tiene cara de malas pulgas y dirige miradas furibundas al blanco paisaje exterior, probablemente maldiciendo por no poder salir con su hermano a esquiar, pero también ablanda el gesto al hacer mi entrada. Oskar aparece de debajo de la pila con las manos llenas de grasa; el grifo ha debido de congelarse. Me mira durante una fracción de segundo, sus intensos y claros ojos azules absorbiendo cada partícula de mi cuerpo, para bajar la mirada después; murmura un saludo y concentra toda su energía en evitarme el resto del desayuno. Yo me sirvo una taza de chocolate caliente y hago lo propio.

Después de una incursión al baño he comprobado que mi aspecto es bastante peor de lo que pensaba, y mi dolor de cabeza ha creado un ceño fruncido permanente; decido que lo mejor será tomarme un analgésico y desaparecer debajo de las mantas hasta que la tormenta remita y cada uno vuelva a su cabaña. De tal manera, voy a la cocina, sólo para recordar demasiado tarde que Oskar sigue trabajando en ese grifo.
-Hey -saludo/carraspeo.
Da un pequeño salto, sobresaltado, y saca la cabeza de la pila.
-Hola -musita-. ¿Qué tal estás? -añade por fin, después de una pausa.
El dolor y la culpa me apuñalan por dentro por lo que pasó anoche, y sé que él también se siente así, sin merecerlo, así que intento levantar un poco los ánimos.
-Bueno, he estado mejor, pero si lo comparamos con la vez que perdí el control de la tabla y me estampé contra aquel pino, entonces se podría decir que estoy genial.
Mi broma surte efecto y una preciosa media sonrisa cruza su rostro, iluminando sus ojos, y dejando escapar una risa. Tiene el pelo hecho un desastre, manchado y apuntando a todas las direcciones, la cara manchada de grasa y sudor y los labios cortados por el frío, pero cada vez que me sonríe me vuelvo a enamorar de él como si fuera la primera vez. Me pregunto si él sentirá lo mismo, si pensará que estoy guapa con el pelo enmarañado, ojeras profundas, el rostro demasiado pálido y un ligero color enfermizo. Probablemente no.

En cualquier caso, hacemos un corto intercambio de frases banales, cojo mi pastilla, la ingiero y me despido sin más demora. Puede que sea culpa de la fiebre, o que, como muchas otras veces, esté soñando despierta, pero antes de salir de la cocina, Oskar dice:
-Karo, estás preciosa.