2.26.2013

El sueño I

Me despierto con los ojos mojados cuando alguien me sacude gentilmente por los hombros. Abro un solo ojo y distingo la cabeza de Oskar entre las sombras de la noche. ¿Qué hace aquí? Ah, sí, todos tuvieron que quedarse a dormir por la ventisca. Pero eso no explica por qué me ha despertado a las cuatro de la mañana, aunque sospecho que el sueño que me ha mojado los ojos tiene algo que ver.
-¿Qué haces aquí? -consigo preguntar, con voz ronca.
-Te oí llorar desde mi cuarto -murmura, algo avergonzado; probablemente se arrepiente de haberme despertado-. ¿Estabas teniendo una pesadilla?
Me siento en la cama y le hago un hueco para que se siente, cosa que tarda varios segundos en meditar antes de acceder; se toma especial cuidado en no tocarme, o al menos eso me parece a mí.
-En realidad no -contesto-. Era un sueño, uno precioso.
Aunque no puedo verlo, siento cómo frunce el ceño cuando me dirige una mirada confusa a través del flequillo. Intento ignorar el temblor de mis manos y le aparto el pelo de la cara.
-¿Entonces... por qué lloras?
-Lloro porque ese sueño nunca se cumplirá -contesto con voz vacía. 
Puedo notar lo nervioso que está, lo mucho que le cuesta estar aquí conmigo, tan cerca y a la vez tan lejos, lo difícil que le resulta esta situación. Como siempre. Entre tartamudeos, me pregunta si quiero contárselo; no debería, pero ya sea por la influencia de la noche o porque no tengo muchas más cosas que perder, decido hacerlo.
-En el sueño, me besabas. 
Su expresión cambia al instante. Se pone muy serio y puedo notar cómo la energía abandona su cuerpo, aunque mantiene los hombros firmes. Retira la mirada y baja la cabeza; yo me quedo en silencio, no hay mucho que decir. Al cabo de un eterno minuto, vuelve a mirarme, y aunque no veo gran cosa, los ojos le brillan con lágrimas que lucha por tragarse. Alarga el brazo hacia mi cara, y cuando mi corazón se dispara con una esperanza agridulce, posa su mano sobre mi mejilla y me limpia las lágrimas de los ojos con un pulgar. 
Cuando se pone de pie y sale de mi cuarto, lo último que dice es:
-Lo siento.

2.25.2013

Podría, pero no

Estas son las palabras de la desesperación, ideas frustradas por el qué dirán, sentimientos reprimidos por motivos desconocidos. Esta es la sangre de una escritora que se está desangrando por el ataque de unas balas que no existen, y que sin embargo, duelen. Es una sangre cargada de cosas que decir, testimonios a moldear por unas manos que pueden haceros pasar del miedo al éxtasis en cuestión de segundos. 

Dicen que la gente más peligrosa es aquella que lo ha perdido todo, porque no tienen nada que temer. A mí ya no me queda nada. Salvo cosas que decir. Ahora es cuando me subo a un pedestal y agito los brazos para atraer a la muchedumbre, gritando: "Temed, mortales, es mi hora de hablar. Es la hora que todos habéis estado temiendo, sin saberlo, la hora en la que todas mis heridas llenas de ácido os estallan en la cara y os destruyen, a todos y cada uno de vosotros los que en su día metisteis la cuchilla para profundizar en ellas. Temedme, mortales, temedme, porque soy alguien a quien no le queda nada". Ahora mismo me odiáis, ¿verdad? Menuda pedante, ¿quién se ha creído que es? Los que me conocéis quizá pensáis otra cosa, pero para los que no tenéis esa desgracia, no siempre soy así, a veces me lamento de mí misma, y eso es peor; preguntad por ahí. 

Después de meses callándome verdades, enterrando armas que siguen abriéndome heridas en los costados, evitando un pasado sólo para esperar a que me encuentre, la desesperación acude al encuentro. ¿Cuántas palabras he mantenido encerradas bajo llave hasta ahora? ¿Por qué me he empeñado en ser "políticamente correcta" y dejar que la vida siga su curso? Ese no es mi estilo; si tengo algo que decir, lo digo. Lo grito, lo dibujo en una pared o lo escribo en un papel. Yo no soy de las que se callan, de las que dejan discusiones a medio hacer, de las que ceden cuando saben que llevan razón. Y sin embargo eso es precisamente lo que he estado haciendo hasta ahora. ¿Queréis nombres? ¿Queréis alguna alusión que os saque de esa duda que os está corroyendo la cabeza, "Seré yo"? Pues lo único que voy a decir para ayudaros a dormir esta noche es que si os lo habéis preguntado, es que el remordimiento se ha instalado en vosotros. Así que pensad en todas las palabras que me habéis dirigido, camaradas, repasad todos y cada uno de vuestros movimientos para intentar recordar cuál es el que os está carcomiendo por dentro al leer este agrio testimonio de un alma desesperada. 

Sin dar un solo nombre podría destrozaros a todos con la verdad, escrita, hablada o cantada si hace falta. Podría desenterrar todo el dolor de mi corazón sobre esta página en blanco, podría sentenciar la guerra de una vez por todas. Podría llevar a cabo mi cometido, que no es vengarme, sino desahogarme. Podría decir todo lo que me he estado callando este tiempo, sólo por no tener las fuerzas para seguir luchando. Podría hacerlo ahora mismo.

Pero no.

2.24.2013

A oscuras

El pasado es un mito, 
el futuro está maldito,
me da igual lo que digan, 
ahora nada puede hacer que siga. 

Mienten, en la calle todos mienten,
hasta el punto de creerse su basura,
de creer que hoy en día algo perdura,
que los locos recuperan la cordura.

Mas la vida es complicada,
y para mí ya está pasada,
no hay nada que me quede, nada,
de las manos el tiempo se escapa. 

Intento, juro que lo intento,
pero nadie puede vencer al viento,
poderoso ser que me derriba,
y se asegura de que no mire hacia arriba.

Y la noche siempre vuelve, 
para con su frío envolverme,
arrancarme la luz del alma,
matar la esperanza del alba.

El pasado es un mito, 
el futuro está maldito,
quiero vivir en el presente,
pero es algo que me cuesta tener en mente.

Nada escapa a la noche

No es tan fácil como todos lo pintan, ¿sabéis? "Ser feliz", menudo chiste malo. Estos dos últimos años he sobrevivido a los Siete Males, algunos de los cuales nunca soñé que me iba a encontrar. Y, sin embargo, fueron capaces de hacerse camino hasta mí para volver a tirarme al suelo cuando empezaba a ponerme de pie. ¿Y ahora? ¿Dónde estoy?

Noches en vela por sueños que no entiendo, días vacíos por sentimientos que son demasiado grandes para mí, esa certeza constante de que hay algo más que podría estar haciendo mientras me quejo. Aquellos recuerdos. Ese miedo al futuro. Esta impotencia al presente. Hago lo que puedo, nadando en círculos, caminando hacia adelante, intentando no pensar en la cadena que cuelga de mis pies y me hace tropezar constantemente. Pero nunca es suficiente. Porque aunque consiga rescatar una carcajada del fondo de mi garganta, aunque haya momentos en los que el dolor pase desapercibido, todo vuelve. Como la noche, no hay forma de escapar de ello, y mucho menos si "ello" soy yo misma. Pero esto no es nada nuevo.

Intento tragarme toda esa sarta de mentiras acerca de como "voy a estar bien", "lo voy a conseguir" y "voy a ser muy feliz algún día", intento decirlas yo misma en voz alta yo misma, creerme mi propia basura, pero ni siquiera soy capaz de eso. ¿Cuántos años llevo oyendo estas mismas mentiras? Muchos, ya. Quizá no tantos como otra gente, pero sí los suficientes como para saber que esto nunca acabará. Por muchas heridas que cure, las cicatrices volverán a abrirse en algún momento; por muchas batallas que gane, se abrirán otros frentes dispuestos a derrotarme. Si no me atacan los recuerdos, lo hace la conciencia; si no lo hace la conciencia, lo hace el destino; y si hasta el destino es benévolo conmigo, yo misma seré la que encuentre alguna razón para darme carta blanca en mi sentimiento de miseria personal. Después de tantos años, ya me sé las reglas del juego.

Por mucho que escape de la realidad, es algo que siempre te alcanza. Puedes huir del pasado, pero acabará encontrándote. Puedes ignorar el dolor, hasta que este te derribe. Puedes pretender que todo esto tiene algún sentido durante el día. Pero nada escapa a la noche.

2.23.2013

La pérdida II

Cuando me despierto, sigo tumbada en la arena. Entierro los dedos en ella y dejo que los finos granos me hagan cosquillas; estoy empapada y fría. Tardo un rato en salir de la modorra que me tiene poseída, y conforme lo hago, el dolor regresa a mi pecho, aunque de una forma distinta. Ahora no es intenso y salvaje, como antes, sino que es un tipo de dolor... hueco. No siento nada, pero me duele.

Me pongo de pie y vago por la playa; en algún momento de mi letargo, empieza a llover. Observo cómo las gotas mojan la arena, oscureciendo su color hasta cubrirla por completo. Siento la necesidad de volver al agua, aunque el oleaje sigue estando alterado; con todo, camino mar adentro, muy lentamente debido a la resistencia que aporta mi ropa. El agua me cubre las rodillas cuando él regresa. Me vuelve a tomar entre sus brazos y me saca del agua, susurrándome palabras que no entiendo pero que me tranquilizan. Nos sentamos en la arena y me coloca sobre su regazo, convirtiéndose en una jaula protectora. Entonces, súbitamente, un grito sube por mi garganta y desgarra el aire. Él se sobresalta y no es capaz de retenerme cuando me levanto de un salto y salgo corriendo. Sin embargo, es mucho más rápido que yo, y no tarda en alcanzarme y derribarme con su propio cuerpo. Rompo a llorar y me entierra en su pecho, arruyándome. El dolor viene y va, según si me habla o no. Cuando viene, mi cuerpo se contrae y me aferro a su camisa con fuerza, mientras el dolor me abrasa las entrañas. Cuando se va, me concentro en la magia que su voz ejerce sobre mí, como un somnífero.

No puedo juzgar cuánto tiempo llevamos así, acurrucados en la arena, empapados y fríos, pero de repente, él se levanta y tira de mi mano para arrastrarme hasta mis propios pies. Me sonríe y algo cálido vuelve a mí; sale corriendo sin soltarme la mano, y comenzamos a volar sobre la arena. El viento me azota en la cara, pero por alguna razón noto risa escapar de mi garganta; corremos y corremos, concentrados en la velocidad nada más. A intervalos irregulares, él se para y da media vuelta, convirtiendo la carrera en una especie de juego de pilla pilla. Él corre, y yo le persigo. Hasta que se cae.

Voy a socorrerle pero no se mueve. Ni siquiera sé contra qué se ha dado; no sale sangre, pero él está inerte. El miedo y el dolor vuelven a apoderarse de mí, y dejo que el pánico me conduzca hacia el mar. Me zambullo entre las olas que me azotan y me llevan a su merced, y mientras el agua me toma y la vida se escapa de mí a la vez que el dolor se expande por mi interior, amenazando con hacerme explotar, grito.


La pérdida I

La intensidad de la pérdida me martillea en el pecho como un millón de agujas tratando de escapar; no debería haber entrado a nadar con este oleaje, pero no he podido evitar zambullirme de lleno en el agua salada. Doy brazadas enérgicas para mantenerme a flote, pero una gran ola se cierne sobre mí y me arrastra hasta el fondo. Doy vueltas sobre mí misma mientras los litros y litros de agua se apoderan de mi cuerpo como si fuera una rama partida; trago agua y los pulmones me arden. De alguna manera, vuelvo a salir a la superficie. Sin tener en cuenta el ardor de los pulmones llenos de sal y dolor en el pecho, me tumbo boca arriba y dejo que la marea me lleve donde quiera. Pero esta dulce mecedora no dura mucho, y otra fuerte ola me vuelve a hundir. Esta vez pataleo con fuerza para sacar la cabeza por mis propios medios. Ya estoy agotada.

Veo mi ropa tirada en la orilla, un pequeño montículo de color entre la arena solitaria. Nado hasta ella como puedo y consigo echármela por encima, empapándola conmigo. Me dejo caer de espaldas sin importarme en absoluto la arena que quedará adherida a mí. El dolor de mi pecho se intensifica con cada respiración que doy, ya que mis pulmones siguen doloridos y quemados; el frío me cala los huesos más que el agua que chorrea por mi pelo, confundida entre las lágrimas. Ahora mismo no recuerdo qué he perdido exactamente, pero sé que duele; duele de tal manera que todo me da vueltas, la sangre me late en la cabeza y los oídos me pitan. Por mucho que apriete los dientes y puños para concentrar el dolor en el ámbito físico, el fantasma que me acecha en mi interior no desaparece. Mi cuerpo por fin cede y los músculos se me relajan, sin fuerza alguna; yazgo exhausta sobre la arena, jadeante.

Entonces aparece él, de ninguna parte. No le veo venir y apenas le oigo cuando me habla, pero de alguna manera su voz es capaz de abrirse paso hasta mi cerebro y éste la reconoce como suya; eso me calma. Me toma entre sus brazos y me mece, apartándome el pelo de la cara y sin dejar de hablarme. La presión del pecho se sustituye por otro tipo de intensidad, una agradable, hasta que, de repente, él se marcha. No sé qué le impulsa a hacerlo, pero tan pronto como sus brazos me rodeaban, el viento vuelve a ser lo único que entra en contacto conmigo, y el dolor vuelve. Me desmayo.


2.17.2013

Una pieza más de los juegos

Si un libro merece la pena, al terminarlo no lo dejas en la estantería sin más; si es un buen libro, al acabar la última página te quedarás sentada donde estás con él entre las manos, mirando al infinito un rato. Si es un libro muy bueno, te hará cuestionarte todas tus creencias hasta el momento, replantearte las cosas que verdaderamente valoras. Si es un libro como la saga de Los Juegos Del Hambre, y has sabido interpretarlo correctamente, te cambiará la vida por completo.

Si al reconocer el título habéis pensado en la preciosa/trágica/intensa/ historia de amor entre los protagonistas, os agradecería que dejarais de leer ahora mismo y que volvierais a atender vuestra superficial vida. Si en cambio habéis sentido vuestra sangre entrar en efervescencia e indignación al evocar la verdadera historia, escondida tras el empalagoso romance de la Saeta de Agua y el Chico del Pan, entonces, por favor, proseguid. 

Como escritora, envidio la maestría con la que Suzanne Collins ha plasmado al papel la crítica social más impresionante que he visto nunca. Como moralista, la odio por haber conseguido tambalear los cimientos de mis creencias. Como lectora, le doy las gracias en nombre de aquellos que todavía saben leer más allá de lo que está escrito. En estos dos últimos años he cambiado mucho, pero estaba convencida de que por fin, más o menos, sabía quién soy; de hecho, ya me había leído la saga, pero a falta de tener otra cosa a mano, decidí releerme los libros y analizarlos con más calma. En qué hora abrí la caja de Pandora. 

Decir que me ha hecho pensar es quedarse corto; y a mí de por sí no me sienta bien pensar. He establecido mis raíces en una persona que defiende ciegamente la naturaleza, protectora de la buena música pero incapaz de quitarse de la cabeza el aspecto físico. Afortunadamente, cuanto más leo, más repulsión siento hacia mí misma. Amo la naturaleza, por supuesto, y odio ver que cada vez queda menos por nuestra avaricia, pero cada vez que me mudo al Distrito 12 sé que acabaría con la última planta del planeta si con eso pudiera dar de comer a cada niño hambriento. La industria musical está envenenada (y sin síntomas de mejora), sí, pero ¿cómo puedo tener la cara de preocuparme por si la gente escucha reggaeton o lo que yo considero música de verdad, cuando más de medio mundo está subyugado bajo la mano de dictadores tiránicos? Realmente me cuesta sentir remordimientos cada vez que como una onza de chocolate por si me hará engordar cuando sé que eso es precisamente lo que mantendría con vida a personas que probablemente la merezcan diez veces más que yo. 

No voy a despotricar contra el gobierno, porque la cruda realidad es que ellos no tienen la culpa (lo siento, mis queridos anarquistas, es lo que hay); esta vez, voy a ir mucho más allá. He pintado las paredes de mi identidad con el color del odio a la humanidad: destruimos la naturaleza a nuestro antojo, modificamos las leyes de Dios y queremos extender nuestro poder hasta el mismísimo espacio exterior. Pero es leyendo un libro como Los Juegos cuando me acuerdo de lo repugnantemente egoísta y ciega que soy. He recaído en la palabra que siempre he querido evitar: generalización; mi odio hacia la humanidad no es sino una exageración de lo que siento hacia el "primer mundo", hacia la civilización "desarrollada" en la pura superficialidad, habiendo extendido ese odio por error hacia la gente que no tiene la suerte de poder abrir el grifo para lavarse las manos cuando se le pringan de salsa barbacoa. 

He decidido dejar de luchar por bajar de peso, por conservar la naturaleza e incluso por la buena música. He decidido que ya no quiero ser una moralista, y que voy a seguir con los pequeños hábitos que me dan placer banal (escuchar música, leer, escribir y poco más) para poder canalizar toda mi energía en lo que de verdad importa. He decidido creer en la humanidad. No en el concepto que engloba al ser humano, sino en lo que se define como comprensión y empatía hacia nuestros semejantes. He decidido dejar de ser una pieza más de los juegos de una sociedad corrupta que me quiere hacer vivir una vida superficial haciéndome creer que es plena y satisfactoria. He decidido creer en los que no sólo son gente, sino además personas, y hacer todo lo que esté en mi mano para que un día, ellos piensen como yo.

Enlazando con el tema que me ha llevado a desvariar hasta este punto, Los Juegos Del Hambre, suplico a mis escasos lectores que os hagáis con una copia de esta dinamita que ha puesto mi vida patas arriba y lo leáis con atención; mirad más allá de la historia de amor y comprended por qué no hay un final feliz en el que comen perdices. No seáis una pieza más de los juegos. 

2.15.2013

El jardín perfumado

No sé cómo he llegado hasta aquí; estoy en medio de un campo oscuro y húmedo, la hierba salvaje me llega hasta las rodillas. Según aparto unos matorrales para poder seguir con mi camino hacia ninguna parte entro en un claro en el que hay un lago, puro y cristalino, aunque todo en este lugar se vea bajo un tono grisáceo debido a la poca luz y el cielo encapotado. Repentinamente se pone a llover, y no hago otra cosa que sentarme en la orilla, con los brazos apoyados en las rodillas, contemplando cómo la lluvia, una fina pero potente, dibuja ondas sobre el agua y desfigura sus reflejos.

De lejos, veo una rana salir de entre los juncos y saltar al agua; seguidamente, un conejo corre a resguardarse de la tromba que ya ha calado mi ropa. Un relámpago solitario ilumina el cielo fugazmente para luego devolverme a la penumbra del crepúsculo. Poco después, la lluvia comienza a remitir hasta que el único rastro que queda es el de la vegetación salpicando la hierba y mi pelo chorreante. Me levanto y decido volver a ponerme en movimiento; me gustaba el claro, pero me interno de nuevo en la maleza; los árboles van cerrándose sobre mí y empieza a costarme abrirme paso por entre los troncos caídos; el follaje es tan espeso que forma un tejado sobre mi cabeza, a decenas de metros sobre mí, y me protege de la lluvia que oigo vuelve a atacar el bosque. Las gotas que logran filtrarse son gordas y pesadas, y caen sobre mí con toda su fuerza.

Me paro ante una planta de grandes y verdes hojas, a observar cómo el agua corre por su faz y salpica el suelo a mis pies ininterrumpidamente. Cuando me canso, sigo mi camino. La lluvia sigue. Este es un lugar extraño, pero por alguna razón no me da miedo; no me siento especialmente cómoda, pero tampoco tengo la sensación de que la fronde sea un peligro para mí. Después de andar un buen trecho bajo el mismo panorama, encuentro algo nuevo; una bóveda natural de árboles jóvenes se presenta ante mí, y por algún motivo parece más iluminada que mi anterior trayecto. No dudo mucho en internarme en ella, admirando cómo las gotas compiten entre sí por llegar las primeras en su carrera sobre los tallos y brotes jóvenes. Al final de la bóveda salgo a una
cúpula, y ahora compruebo que debe ser artificial, porque hay un par de bancos de piedra colocados bajo el techo fotosintético. Ahora sí empiezo a tener miedo.

El sentimiento se apodera de mí con fuerza, y sin motivo aparente, salgo corriendo, desandando la bóveda y perdiéndome de nuevo en la espesura del bosque. La lluvia cae todavía con más fuerza, y logra colarse por entre las hojas más altas, dificultando mi vista a la carrera. Siento que algo me persigue, pero no logro verlo, así que combino huidas veloces con frenadas en seco para mirar escrutar mis espaldas mientras me escondo por entre los árboles de tronco más grueso.

He llegado de nuevo al claro, y ahora compruebo cómo de agresiva es la lluvia, así como extraña; tan pronto como me aguijonea la piel, se remite a una fina capa de agua pura y débil; el terror se ha instalado en mis entrañas, pero vuelvo a sentarme al pie del lago a contemplar la lluvia caer. Entonces me invade la rabia, y actuando por impulso me descalzo y comienzo a salpicar agua con los pies, dando patadas a enemigos invisibles. Cuando me abandonan las fuerzas, resignado al peso de mi ropa mojada, camino, ya calmado, hacia el centro del lago hasta que el agua me llega por las rodillas, y entonces cambio de dirección. Me mantengo así un rato, intercalando períodos de lluvia fina con el silencio que precede a la tormenta; entonces algo se cierne sobre mí y me ciega. Me empuja con violencia hacia lo que tengo identificado como el centro del lago, y siento cómo el agua empieza a subirme por el cuerpo, hasta que estoy completamente sumergido. El aire comienza a abandonar mis pulmones mientras la sangre me palpita en la cabeza y yo lucho por liberarme, pero mi atacante me tiene bien preso; noto cómo me hundo, todas mis células ardiendo en un desesperado grito de oxígeno, la agonía inundando mis pulmones vacíos, hasta que todo se vuelve negro.

2.05.2013

Artículo Aleatorio (IV)

Crea fama y échate a dormir

Hoy he tenido el placer de leer una serie de artículos del escritor y periodista Romántico Mariano José de Larra, el cual hace una crítica a la ineficacia de la burocracia española y, sobre todo, a la pereza y vaguería que caracteriza a nuestra sociedad. Este artículo no va a constar de lo mucho que admiro el estilo sarcástico e ingenioso con el que este genio ataca a la sociedad de su tiempo, que bien podría escribir unos cuantos, sino que me parece adecuado convertirlo en una colaboración a su pieza.

Este nuestro país es uno lleno de gran potencial, pero sin embargo, lo dejamos ahí, en potencial. ¿Cómo es que nadie nos ha explicado cómo convertir la energía potencial en cinética? Pero sí lo han hecho, ¿no? Hay que aplicar trabajo, con perdón de la blasfemia. Mucho quejarnos de lo mal que va todo, sí, pero a la hora de ponerse manos a la obra sólo salen dos valientes; ahora todavía podemos quedarnos sentados a mirar, pero dentro de unos años, como mucho, las consecuencias de nuestra "gracia nacional" nos pasarán factura. Estamos dejando que los aspectos ya establecidos de nuestro país nos hagan la campaña publicitaria: España: Fiesta, sol y playa. Eso es todo lo que somos para el mundo (los que no nos confunden con Latinoamérica, todo sea dicho de paso). Fiesta, sol y playa. Quinientos mil kilómetros cuadrados de fiesta, sol y playa; ya tiene pecado que habiendo vivido en Madrid toda la vida yo aún no haya dado con la playa. La fiesta sí la he encontrado, pero viendo el ambiente que acoge prefiero mantenerme fuera de ella.

Resulta ofensivo, ¿no? Todos (voy a fingir ser ciega y optimista) aquí deslomándonos como borricos para sacar el país adelante, forjar un futuro mejor para nuestros hijos, acabar con las injusticias y... A quién quiero engañar, no me lo creo ni yo. No somos más que tres idiotas los que seguimos queriendo luchar contra el mundo desde nuestro soleado trozo de tierra, y si acaso hay más han debido sucumbir a nuestra mejor costumbre y echado a dormir la siesta un rato; eso de la revolución "ya pa' luego". Lo triste no es que no seamos capaces de cambiar la visión que tiene el mundo de nosotros, sino que, en gran medida, no queremos. Nos viene bien lo de fiesta, sol y playa, es un estereotipo fácil de mantener; o bueno, les viene bien a los que mueven los hilos por esas zonas. Total, luego no se van a responsabilizar de las consecuencias...

Si alguien se siente particularmente herido por este pequeño trozo de mi mente, le animo a que se registre, de un par de datos, comente y... Uf, qué pereza, ¿no? Mejor vamos a dejarlo en que a nadie le ofenderá la entrada y santas pascuas, que es un embrollo. El castellano es el idioma cumbre en refranes, y aunque me da a mí que la cosa no iba literalmente, nosotros como buenos pioneros, hemos llevado a cabo el que probablemente sea el peor de ellos:

Crea fama y échate a dormir.

2.02.2013

Reflexiones de magrugada

Siempre fuiste de las que se mantenían fiel al <<Nunca te arrepientas de algo que un día te hizo sonreír>>, pero nunca pensaste que la vida te iba a echar a la cara todo por lo que tuviste que pasar. Y, aunque te duela decirlo, sí, te arrepientes. Te arrepientes todos y cada uno de los días de tu vida. Hace tiempo que dejaste de pensar en ello, pero en tu interior sabes bien que es así.

A veces te preguntas cómo has llegado a cambiar esa filosofía que juraste -y quisiste- acatar; has llegado a la conclusión de que la vida no es sino una elección tras otra, que se van encadenando hasta llevarte hasta donde sea que te lleven. Y no puedes evitar pensar que, si no hubieras tomado esa primera decisión equivocada, el último año hubiera sido muy, muy diferente. ¿En qué sentido?, te preguntas también de vez en cuando; ¿dónde estarías si ese veintisiete de julio no hubieras hablado, si te hubieras mantenido callada? ¿Serías ahora más feliz? ¿Más desdichada? Desde luego sabes que no hubieras pasado por las lágrimas, las ganas de nada y la pérdida de luz interior, o al menos no de la misma forma. Tampoco hubieras pasado por las sonrisas, los besos y los abrazos, sin embargo. Ahí es cuando entra en juego la balanza, supones. ¿Cómo de feliz te sentiste cada vez que sonreías por él? Más imposible. Pero, ¿cuántas veces quisiste morirte cuando todo se acabó? Demasiadas.

Te has dado cuenta de que lo que hay que valorar a la hora de decidir qué conclusión sacar de toda una experiencia como esa, es saber qué sentimientos tienen prioridad sobre ti. Las sonrisas valen mucho, pero nadie debería haberte hecho sentir como lo hizo Él, y sin embargo lo hizo; te mintió, te manipuló y no fue capaz de ver por encima de su propio interés personal por ti. Prefirió salvarse a sí mismo antes que a ti, aunque eso significara dejarte marchar. Eres perfectamente consciente de que eres una persona complicada y con problemas, y no le culpas por no ser capaz de controlar ciertas situaciones, pero aún así le diste todo lo que pudiste, y él decidió dejarlo caer mientras tú observabas impotente.

Podrías haber cometido muchos otros errores aún si no hubieras tomado La Elección (no es hora de pensar un nombre más elaborado), o podías haber sido perfectamente feliz y haber salido de tu pequeño hoyo sola, en vez de cavar hacia el fondo del subsuelo. Eso nunca lo sabrás. Pero la balanza cae por sí sola, aún sin rastro de rencor u odio. Tardaste en darte cuenta, pero ahora sabes que no hay nada más importante que tu propia vida.

Y por eso, no puedes sino, tristemente, arrepentirte.

2.01.2013

Echa el freno, transeúnte.

Echa el freno, transeúnte, 
se te olvidó mirar atrás,
andas rápido y sin tomar apunte,
e ignoraste la mitad.

Mirabas hacia el suelo,
y no viste el cielo clarear,
miraste con los ojos,
y no dejaste a tu alma entrar.

Cumpliste muchos sueños,
dejando los de otros atrás,
mientras tú comprabas oro,
los hambrientos pedían pan.

Has visto las maravillas del pasado,
las que nunca se dejarán de aclamar,
sin embargo has pecado,
pues las injusticias siguen a la par.

Vas por tu camino 
y sólo ves eso que quieres,
lo sé, es tedioso y repetitivo,
pero estás ciego, a mi parecer.

Dime, transeúnte,
¿estás orgulloso de lo que viste?
¿eres feliz con lo que viviste?
¿o a pesar del oro te hallas triste?

Echa el freno, transeúnte,
te lo has dejado todo atrás,
corre a devolver el oro, 
y ve a dar al pobre pan.

Y cuando la vida te pregunte
si has sido feliz, transeúnte,
di que has ayudado, 
es mejor que caminar cegado.

Echa el freno, transeúnte, 
vuélvete para ayudar.

Intensidad

El laberinto ha dejado de ser oscuro y frío; ahora el sol se ha hecho paso por entre las nubes y el calor corporal ha vuelto a ti. Pero sigues estando en él, perdida.

Como recurso de supervivencia, te limitas a caminar; como un tiburón, la única opción que tienes es seguir nadando, sea en las condiciones que sea, porque si te paras, todo se acabará. Y llegados a este punto no te lo puedes permitir. Tienes los pies cansados y doloridos, pero hace tiempo que dejaste de sentir dolor; ahora, lo que sientes es muy distinto. ¿Cómo podrías describirlo, exactamente, si te lo pidieran? La única respuesta que te viene a la mente es "algo fuerte"; no eres capaz de darle forma, tacto o color, pero sabes cómo te está afectando. Puedes sentir perfectamente la magnitud de este fenómeno que se cierne sobre ti en todo su esplendor, pero no puedes describirlo. A veces parece que juega contigo, dándote esperanzas y luego tirándote de rodillas. Otras, simplemente te vapulea por el suelo mientras intentas levantarte con todas tus fuerzas. Es un fenómeno un poco hijo de puta, la verdad, con perdón.

Sigues haciendo preguntas que se quedan sin respuesta, y de alguna manera el laberinto consigue devolverte las tuyas cuando menos te lo esperas. Aún así, insistes, algo ha cambiado. Tus ganas de escapar de este entramado de paredes sin salida han conseguido que puedas verlo todo un poco más claro, que la niebla se disipe y que fijes tus metas claras. Caminas a pesar de que estás cansada, porque sabes que eso es lo primero que tienes que hacer; y no se trata de camiar sin dirección alguna, no. Sabes que estás llegando a alguna parte. A dónde, ya no, pero de eso tratan los laberintos, al fin y al cabo. En cualquier caso, te mantienes en movimiento.

Y el fenómeno de magnitudes indescriptibles, como tan honorablemente se ha descrito antes, te tiene con la correa bien atada; todo te llega a ciegas, cuando menos te lo esperas, no queriendo con ello decir que siempre es malo. A veces te conduce hasta un pequeño rayo de sol y te da calor, aunque después te devuelva a la sombra de las nubes que ya clarean. Te lo da todo así como te lo quita.

Y lo hace con la intensidad de mil poemas enlazados entre sí, organizando poco a poco esa desastrosa obra maestra llamada vida.

Si yo, tú.

Si yo, tú. 
Si caes, yo contigo, 
y nos levantaremos juntos 
en esto unidos.

Si me pierdo, encuéntrame. 
Si te pierdes, yo contigo, 
y juntos leeremos en las estrellas 
cuál es nuestro camino. 
Y si no existe, lo inventaremos.

Si la distancia es el olvido, 
haré puentes con tus abrazos, 
pues lo que tú y yo hemos vivido 
no son cadenas... 
ni siquiera lazos: 
es el sueño de cualquier amigo 
es pintar un te quiero a trazos, 
y secarlo en nuestro regazo.

Si yo, tú. 
Si dudo, me empujas. 
Si dudas, te entiendo. 
Si callo, escucha mi mirada. 
Si callas, leeré tus gestos.

Si me necesitas, silba 
y construiré una escalera 
hecha de tus últimos besos, 
para robar a la luna una estrella 
y ponerla en tu mesilla 
para que te dé luz.

Si yo, tú. 
Si tú, yo también. 
Si lloro, ríeme. 
Si ríes, lloraré, 
pues somos el equilibrio, 
dos mitades que forman un sueño.

Si yo, tú. 
Si tú, conmigo. 
Y si te arrodillas 
haré que el mundo sea más bajo, 
a tu medida, 
pues a veces para seguir creciendo 
hay que agacharse.

Si me dejas, mantendré viva la llama 
hasta que regreses, 
y sin preguntas, seguiremos caminando. 
Y sin condiciones, te seguiré perdonando. 
Si te duermes, seguiremos soñando. 
que el tiempo no ha pasado, 
que el reloj se ha parado.

Y si alguna vez la risa 
se te vuelve dura, 
se te secan las lágrimas 
y la ternura, 
estaré a tu lado, 
pues siempre te he querido, 
pues siempre te he cuidado.

Pero jamás te cures de quererme, 
pues el amor es como Don Quijote: 
sólo recobra la cordura 
para morir. 
Quiéreme en mi locura, 
pues mi camisa de fuerza eres tú, 
y eso me calma, 
y eso me cura...

Si yo, tú. 
Si tú, yo. 
Sin ti, nada. 
Sin mí, si quieres, prueba.

-Txus di Fellatio-