6.23.2012

Montaña Rusa (I)

-Demos un paseo.
Eric tiene un aire raro hoy; está tenso, a la vez triste, preocupado, con el ceño muy fruncido. Me pregunto si le habrá pasado algo. Me lleva hasta el parque y nos sentamos en lo alto de una colina. Estoy empezando a preocuparme, está evitando mi mirada. Me acerco más a él y le tomo de la mano, rodeándole el brazo. Él se tensa todavía más, y suspira, algo tembloroso.
-Tenemos que hablar.

No acaba de decir eso. No, no, no, no, no, no, no. Por favor, no. Bajo la mirada y me muerdo el labio inferior mientras una lágrima escapa de mis ojos, cayendo en la hierba. Se acabó. Las manos me tiemblan y él intenta suavizarlo, tranquilizarme, pero cuando deja de importarme la compostura, las lágrimas empiezan a caer, y no pararán. Sé que no es justo para él, obviamente no está disfrutando con esto, pero no puedo evitarlo. Me lo quito de encima cada vez que intenta abrazarme, o pasarme el brazo por los hombros, y al final consigo que se vaya. Vuelvo a casa completamente sola. Intentando sentir algo más allá del dolor que me nubla la mente.

Estoy hechizada; pensé que había conseguido descifrar a Eric. Sabía que estábamos sobre la cuerda floja, pero no pensé que viviría para vernos caer. Se está haciendo oscuro, la ciudad se va quedando en silencio, y ya no sé en qué o quién confiar. Algo ha ido totalmente mal, se ha torcido; Eric era todo lo que yo quiero. Cada paso que se ha alejado de mí me ha dejado sin respiración; algo ha hecho que sus ojos se volvieran fríos, y que viera todo esto como un error. Me he quedado ahí de pie, viendo cómo se marchaba; de todo lo que tenemos, de mí, y aún así yo sigo manteniendo todo lo que dije. Algo se ha torcido por completo, yo sólo le quería a él, y ahora hay me estoy sujetando a la nada, como si estuviese hechizada.

No puede haberse ido, no puede; por favor, no me dejes así, pensé que había logrado descifrarte. Al parecer, no. Porque estábamos viviendo en una cuerda floja, y yo nunca pensé que se fuera a romper. Pero lo ha hecho.


6.22.2012

Trotamundos (VII)

El sol se va haciendo más pesado según desciende la latitud. He conseguido que me recojan tres conductores en cuatro días, y con el dinero que he ahorrado este tiempo, seré capaz de cruzar el charco. Supongo que todos estarán preguntándose dónde me he metido. Y Alex estará, de nuevo, dando explicaciones para razones que desconoce.

No espero que no me odie. No espero que me perdone, ni que me busque, ni que me eche de menos. Sólo espero que lo comprenda. Con todo, sé que no podrá hacerlo. Yo no podría.

Los pies me arden con cada pisada, y decido hacer autoestop por segunda vez en el día; ayer caminé de sol a sol y estoy exhausto. Cada paso que me alejo de él me provoca dolor y a la vez alivio. He estado enamorado de Alex mucho tiempo. Pero ya no. Me hace feliz, es increíble, comprensivo, humilde... Pero no es lo que quiero. Es frustrante no poder explicar cuál es el problema cuando sabes que hay un problema. Por alguna razón, la magia entre nosotros se ha extinguido.

Un Fiat azul marino se detiene en el arcén a mi altura; me acerco hasta la ventanilla del copiloto e intento poner cara de pena (no tengo que esforzarme mucho, la verdad). Al otro lado del volante se encuentra un chico más o menos de mi edad, con gafas de sol y una camisa ajustada.
-Dime, ¿a dónde puedo llevarte? -sonríe, desprendiendo seguridad en sí mismo.
Guardo mi petate en el maletero y me siento a su lado; me informa de que también se dirige hacia América, y se ofrece a llevarme tan lejos como pueda, hasta que nuestros caminos se separen. Propongo pagar la mitad de la gasolina (tanto trayecto como me permitan mis escasos ahorros), pero él dice que no importa, que le ha cogido la tarjeta de crédito a su padre.

-Me he fugado, ¿sabes? Estaba cansado de que todos me juzgasen.
Cada minuto que pasamos juntos me encuentro más cómodo; es simple, directo, brusco. Tiene un estilo digno de admirar. Para evitar estropearlo, evito comentar mi situación personal, sólo por si acaso. Él tampoco menciona nada al respecto.

El sol se está poniendo, así que nos desviamos hacia un pequeño motel de carretera para pasar la noche. Se quita las gafas de sol y sale del coche, y me doy cuenta de que aún no sé de qué color son sus ojos. Me reúno con él y caminamos hacia la puerta. Se para, sujeta la puerta y me invita a pasar primero, con un gesto de brazo. Clava su mirada en mí y siento un escalofrío al absorber la luz de sus ojos verde esmeralda. Sonríe.

Algo dentro de mí muere en ese instante.

Y algo nuevo se despierta.


6.21.2012

Trotamundos (VI)

Alex se acerca a la cama mientras se quita la camiseta; yo llevo acostado media hora, pero no me dormiré hasta que no esté conmigo. El calor de sus brazos alrededor de mi cintura me arropa en estas noches de verano nórdico. Cómo eché de menos que me acariciara el pelo por las noches cuando pensaba que estaba dormido, o que se sentara a tocar la guitarra en la cama, o que me sonriera curvando únicamente una comisura de la boca.

Y aún así, cuando llega la mañana y la magia de la noche se desvanece, sus ojos zafiros no me parecen igual de brillantes. Me sigue pareciendo perfecto, pero he recuperado esa sensación de que perfección no es lo que necesito; sé que le quiero, sé que le necesito, sé que le anhelo... Pero sé que no es lo que necesito. Lo peor es que a veces me da la sensación de que él piensa lo mismo.

En el pueblo ya se han enterado de que estamos juntos (de nuevo), y se lo han tomado sorprendentemente bien; no han dado una fiesta, pero tampoco han organizado un funeral por nuestras almas. Simplemente, lo han aceptado como una cosa normal. Si algún día siento la cabeza, quiero que sea en un sitio con esta misma mentalidad; abiertos, tolerantes, cariñosos. No como en casa, por ejemplo. Aún recuerdo cómo se puso papá. Creo que en tres días hará un año que no me habla. Sé que mamá se escandalizó al principio, y aunque luego intentó aceptarlo, sé que la he "decepcionado". Y luego me preguntan por qué me fui.

-¿Quieres echar unas canastas? -Alex me abraza por detrás, besándome el hombro. Un escalofrío baja por mi columna, pero no es de placer.
-Eh... no, creo que voy a quedarme dentro a tocar un poco la guitarra; quiero descansar.
Parece algo decepcionado, pero no rechista; simplemente, llama a Alisa, una chica de nuestra edad que nos cae muy bien, y se van del brazo hacia el río. No siento celos, no siento rabia, no siento...

Nada.

Have a nice day


Trotamundos (V)

No sé exactamente qué ha pasado. Anoche, cuando vino a disculparse, no entró. Nos dimos la mano, quedamos como amigos (o "amigos"), y se fue. Punto. Entonces, ¿...? No sé ni qué es lo que me tengo que preguntar.

Tengo el día libre en el bar, así que me sirvo una bebida a mí mismo y me siento en la barra. Al rato él entra, y se acerca a mí; empezamos a hablar reticentemente, con frases cortas, comentarios simples... Nada serio. Y de repente, estamos en la calle y le estoy enseñando el pueblo. Empezamos a relajarnos y hablamos más animadamente, hacemos alguna broma, soltamos pequeñas risas; me siento bien. Acabamos sentados en el terreno de una granja abandonada (que aún se conserva en muy buen estado), riendo como locos, empujándonos, haciendo viejas bromas personales y comentando todo lo emocionante que nos ha pasado. Es como en los viejos tiempos. Oh, estoy tan a gusto... El viento, el sol, risas, juegos, Alex...

Ya lleva una semana aquí, y nada más terminar mi turno en el bar, nos escabullimos a la granja; hemos descubierto que hay un corral donde podemos escondernos sin que nadie nos vea, y estar tranquilos. Sabemos que la gente del pueblo es estupenda, pero estamos seguros de que se escandalizarían si supieran lo que en realidad somos. Aunque, de hecho, ahora mismo no somos nada. Sólo dos amigos pasándolo bien, jugando al baloncesto al atardecer, haciendo carreras por el campo, bromeando, riéndonos sin parar...

Sin embargo, debajo de la piel, detrás de las risas y la diversión banal, sé que mi corazón desea que volvamos a ser lo que éramos. Él y yo, yo y él. Nosotros. Puede que, en el fondo, Alex se sienta igual.

Estamos sentados en el corral, jadeando por la carrera que acabamos de hacer. Nos miramos de reojo y soltamos risas entrecortadas, entre cada respiración. Pone el brazo sobre mi hombro, apoyando su peso en mí. Puedo sentir su pulso en mi hombro, su piel sobre la mía, su cara a centímetros, sus ojos azul zafiro penetrándome inconscientemente.

Y le beso.

6.20.2012

Trotamundos (IV)

Me sigue hasta la parte de atrás del bar; me ahorro de mostrarle el camino a mi casa, es mejor que no sepa donde vivo, de momento. Parece que nadie se ha dado cuenta de que nos hemos salido. Bien.

Titubeo, y miro a todos lados, intentando mostrar calma pero dejando ver nerviosismo. Él me mira muy fijamente, pero también puedo notar que está nervioso. Espero a que él empiece a hablar, pero no lo hace, así que nos pasamos varios minutos en silencio, el uno frente al otro. Me obligo a no mirarle a la cara. Sólo puedo pensar una cosa: <<Esto no me puede estar pasando a mí...>>. 

-Bueno... ¿vas a decir algo?
-Yo no tengo nada que decir, tú eres el que quería hablar -respondo evasivo, cortante, aunque doy gracias al cielo de que por fin haya roto el hielo. Cuando antes acabemos mejor.
-¿No piensas explicarme qué demonios haces aquí? ¿Ni por qué te fuiste? ¡Me tienes dando explicaciones a todo el mundo!
Eso desata mi ira.
-¡Sabes perfectamente por qué me largué, y yo no te he pedido que des ningún tipo de explicación a nadie!
-¡Claro, pero me las piden! -ya estamos gritando. Como siempre-. Ademas, no sé porque te largaste de esa manera, no soy adivino. 
<<Pues por ti>>, pienso. No lo digo. No pienso decirlo. 

Nos decimos tantas cosas sin sentido que al final hacemos un pacto silencioso para cerrar la boca. Cada uno se marcha por su lado, yo enjugándome una lágrima y el mascullando por lo bajo. Esto no me puede estar pasando a mí. Subo a casa de muy mal humor y sin saber qué pensar, hacer o sentir. Aún estoy intentando encontrarle algún sentido a esto. ¿Es algún tipo de broma de mal gusto del destino? Porque si es así, no tiene ninguna gracia. Me paso varias horas destrozando el saco de boxeo (ni yo me lo podía creer cuando un vecino me lo ofreció, en vez de tirarlo, como pensaba hacer), y cuando cae la noche, estoy tan molido que no puedo moverme. Los músculos me arden, y la piel también, así que me doy una ducha fría y me tumbo en el sofá. Alguien llama a la puerta.

Me encuentro a Alex en la puerta con una fuente de pastel de carne. Parece arrepentido. Aún así no me explico la fuente.
-Esto... mi tía quiere que te traiga esto, nos ha oído discutir y... bueno, ella piensa que debo disculparme.
Le miro a los ojos. Ese azul zafiro siempre me deja sin respiración.
-¿Tú quieres disculparte? -inquiero mientras tomo la fuente.
-Bueno, eh... sí, a ver, no, yo... Creo que deberíamos comportarnos como adultos y olvidar nuestras diferencias. ¿Podemos empezar de cero?
Me lo pienso varios segundos. Al final le tiendo la mano.
-¿Amigos?
Me estrecha la mano con una sonrisa.
-Amigos.

Trotamundos (III)

El pueblo entero ha salido a ver a qué se debe semejante estruendo. Él no sabe a dónde mirar y yo busco algún agujero donde esconder la cabeza. ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí? ¡Esto es el culo del mundo, no ha podido saber donde estaba! Tierra, trágame.

El señor Mitten me está pidiendo explicaciones, y no sé qué decirle. <<Resbalé>>, invento entre disculpa y disculpa. Al menos no parece muy enfadado. Parece ser que nadie se ha dado cuenta de que él está aquí, todos se concentran en mí y en las botellas rotas. Menos una persona.
-¡Alex! -la señora Mason se hace oír entre el gentío y sale del apelotonamiento con los brazos levantados, dándole un abrazo y un sonoro beso en la mejilla. ¿Alex es el sobrino de la señora Mason? Me estoy volviendo loco.

Sea como sea, los dos estamos boquiabiertos y paralizados; la señora Mitten consigue arrastrarme de vuelta al bar y se pone a curarme un corte que me he hecho en el brazo por las botellas, además de varios arañazos en las manos y en las piernas. Poco a poco, el revuelo va disminuyendo y cada uno vuelve a lo suyo; menos la señora Mason, claro. Ella se acerca a nosotros agarrando a Alex del brazo (quien, obviamente, está tan sorprendido como yo).
-¡Trotamundos, este ser mi sobrino! ¡Tú y él ser muy buenos amigos, ya ver tú! -su inglés deja bastante que desear, pero se la entiende de sobra. ¿Amigos? No, no exactamente eso. Los dos sonreímos, con cara de circunstancias, y nos estrechamos la mano, pero no nos miramos a la cara. Menuda pesadilla.

Aquello por lo que dejé mi casa, mi vida, mi familia, mis amigos..., todo; aquello por lo que huí de casa, de mi pasado, de mi historia; aquello por lo que he acabado en un pueblo de mala muerte perdido en ninguna parte... Me ha encontrado. Y los sentimientos que había conseguido dejar enterrados durante las últimas semanas, han salido a flor de piel.

Cuando tengo el brazo vendado y los arañazos curados, Alex se me acerca y me dice:
-¿Podemos hablar?
No.
-...Vale.

6.18.2012

Trotamundos (II)

En dos semanas oí historias de amores imposibles, lobos solitarios, traumas infantiles, entusiastas de la vida... Todas con su particular drama y final feliz, o no, según el caso. Acabé estableciendo una teoría: "Los que han conocido el sufrimiento de verdad, prestan ayuda a quien sea". Puede que aún pueda recuperar la fe en el mundo, después de todo.

Sea como sea, he llegado hasta mi destino. No sé cuando establecí el criterio de que era aquí donde quería quedarme, pero después de que mis entrañas se negaran a hacer un solo viaje más, más o menos decidí que ya era suficiente. Nadie me encontrará en este pueblecito del norte de Europa, y no habrá forma de sacar mi pasado a relucir.

No hablo ni pizca del idioma nacional, pero con suerte todos hablan muy buen inglés, así que he conseguido un trabajo en un bar, y a cambio de un salario mínimo, el dueño me ha alquilado una habitación en el albergue que regenta, justo encima del bar. Él me paga el sueldo mínimo y a cambio, yo sólo pago la mitad del piso. Es un buen negocio.

Llevo una semana aquí, y la gente ya me conoce como "el Trotamundos". Parece que le he caído bien a todo el pueblo, pero sé que todos se preguntan de qué pasado he huido. Se acerca el verano (que no tiene nada que ver con el de Barcelona), así que la gente viene más al bar. Un día, la señora Mason me aborda; me comenta que su sobrino vendrá a visitarla y que está segura de que nos llevaremos muy bien. Yo sonrío y asiento educadamente y vuelvo con lo mío. No es por ser borde, pero no quiero relacionarme con nadie en un tiempo.

Tengo que descargar unas cajas del camión de repartos (que para mi desgracia, tiene que parar a una calle del bar) y meterlas en el almacén, así que para terminar lo antes posible con la tarea me cargo tres cajas (que me cubren casi toda la cara) y marcho camino del restaurante. Entonces una voz me detiene.
-Eh... Do you want some help?
Me giro en redondo y hago equilibrios con las cajas hasta que puedo ver quién me ofrece ayuda. En cuanto lo localizo, las fuerzas me abandonan y todas las cajas se caen al suelo, rompiéndose con un gran estruendo.

Es él.

Trotamundos (I)

Una buena pregunta sería cómo he conseguido llegar hasta aquí. Sólo recuerdo haber salido de Barcelona hace dos días con la mochila a cuestas, con un par de conjuntos limpios y varias bolsas de comida basura camino de... Bueno, de donde estoy ahora, supongo. A miles de kilómetros de casa.

Los primeros dos días debí caminar varias decenas de kilómetros, siguiendo la línea de la carretera y parando para comer o dormir cuando el cuerpo me lo pedía. Me alegré de haber echo caso a mamá cuando me dijo que ahorrara, porque llevaba encima todo el dinero que había reunido en todos mis años de vida; no era gran cosa, pero era más que suficiente para sobrevivir. Aún así, al tercer día rebajé el ritmo, pues los pies me dolían y mi espalda se quejaba, a pesar de llevar menos comida encima. A las seis horas de caminata, decidí rendirme a las súplicas de mi cuerpo y se senté a unos metros del arcén. A los diez minutos de estar allí parado, mirando al tráfico, una camioneta antigua con la pintura medio desconchada redujo la velocidad y se detuvo a unos metros de mí. Me puse en pie, acercándome lentamente a la ventanilla del copiloto.

Al otro lado de la ventanilla me encontré a una pareja, probablemente matrimonio, de unos treinta y pocos. Me recibieron con una amplia sonrisa.
-¿Quieres que te llevemos a algún lado?
Al principio mi instinto me hizo desconfiar, pero tras recordar lo agotado que estaba y los pocos recursos que me quedaban, cedí.
-Tranquilo, no te haremos daño, nosotros también nos escapamos de casa cuando éramos jóvenes.
-¿Ah, sí?
Me monté en la parte de atrás de la camioneta y me contaron su historia; habían estado saliendo desde los diecisiete años, y se querían con locura, pero sus padres no lo aprobaban, así que, dos años después, decidieron fugarse. Desde un primer momento intentaron hacer autoestop, pero nadie tuvo compasión por ellos; una semana después, no tuvieron otro remedio que llamar a sus padres para que fueran a buscarlos. Por fin consiguieron que aprobaran su relación, pero desde entonces siempre habían ayudado a caminantes solitarios y con aire triste.

Su historia me pareció increíble, sobre todo por el sentimiento tan fuerte que obviamente les unía; nada les había separado. Después de tantos años; era maravilloso. Gracias a ellos pude llegar a la siguiente provincia en mucho menos tiempo, y desde allí empecé a hacer autoestop. No eran muchos los que me ayudaban, pero los que lo hacían siempre tenían una historia que contar, y yo oídos con los que recibirlas.

A fin de cuentas, parece que el resto del mundo no es tan diferente a mí como pensaba.

6.17.2012

Sonrisas inesperadas (VIII)

Nunca pensé que llegaría hasta aquí. Me he maquillado, he pedido a mamá que me hiciese un peinado precioso, me he puesto un vestido de gasa blanco... Parezco una princesa. El ambiente es bastante agradable; parejas bailando, amigos hablando, risas... La gente tarda en reconocerme, pero cuando lo hacen sueltan exclamaciones y se retiran para dejarme pasar. Todas las miradas se vuelven hacia mí, y tras varias filas de cabezas y trajes, le localizo, hablando con un compañero. Se queda boquiabierto.

La muchedumbre no tarda en engullirme de nuevo, volviendo cada uno a lo suyo y dejando de prestarme atención. Pero él no. Él me está mirando sonriente, casi incrédulo, y comienza a caminar hacia mí. Entonces su repulsiva novia se pone en medio, salida de la nada, y le pasa un brazo por el hombro, provocándole. Él se zafa y ella lanza una protesta, indignada. Pero no se da cuenta, sólo tiene ojos para mí.

¿Sigues sin poder verlo, Will? Soy yo la que te entiende, he estado aquí todo este tiempo, así que por favor, date cuenta de la realidad y ve la verdad; es conmigo con quien perteneces. ¿Cómo no has podido darte cuenta? He estado a tu lado, esperando en tu puerta, haciéndote reír cuando querías llorar, me has contado tus sueños, casi como si dijeras "Sé dónde pertenezco, es contigo".

Estamos por fin cara a cara, nuestros ojos conectados. Desdoblo el papel que llevo en la mano y se lo enseño. <<Te quiero>>, dice. Él sonríe, rebusca en el bolsillo interior de la chaqueta y saca otro papel. Mi corazón comienza a palpitar. Lo desdobla. Sonrío y me acerca hacia sí, colocando una mano en mi cuello y la otra en mi cintura, uniendo sus labios con los míos. Los papeles se deslizan al suelo, como dos hojas en otoño, suavemente, con delicadeza. Gemelos.

<<Te quiero>>.


Sonrisas inesperadas (VII)

Corremos de la mano (lo cual dispara mi corazón aún más que la carrera) hacia el gimnasio. Aún puede jugar el último cuarto. Han conseguido reducir la ventaja considerablemente, pero aún nos superan por veinte puntos. Le doy unas últimas palabras de ánimo, y antes de salir al campo de nuevo y ser recibido por una gran ovación (cosa que ni él mismo se esperaba y le llena de orgullo), me planta un abrazo que me deja sin respiración. Toda la fuerza de su cuerpo concentrada en rodearme, en transmitirme su agradecimiento, en hacerme volver al séptimo cielo. Pero sólo dura varios segundos, y comienza el partido.

Creo que nunca le he visto jugar tan bien como ahora; parece un tópico, pero realmente está causando sensación; coge todos los rebotes, encuentra todas las salidas, encesta todos los tiros. El público está eufórico; conseguimos igualar el marcador, y sólo quedan dos minutos de juego. Nuestro equipo coge la pelota, y se lanzan como balas hacia la canasta. Los otros están totalmente encima suyo, no les dan ningún tipo de opción. El juego está parado. Los segundos disminuyen. Entonces el número nueve consigue desmarcarse y todo sucede muy rápido; los contrarios se vuelven a poner en marcha y el balón acaba en manos de Will. Quedan cinco segundos. Tira. Encesta.

Se desata el caos. Todos gritan de alegría, eufóricos, enloquecidos. En un abrir y cerrar de ojos está rodeado de gente y le suben a hombros. El también grita, lanzando los puños al aire y desatando su éxtasis. Es el rey del colegio. Una leyenda, un Dios. Y yo estoy locamente enamorada de él.

La celebración no dura demasiado, pues la verdadera fiesta empezará en una hora, en el baile de fin de curso. Todos corren a casa a cambiarse para llegar a tiempo. Yo me tomo mi tiempo, puesto que no iré al baile. No tengo pareja ni ganas de hacer el ridículo. Llego a casa, me quito el disfraz de soldado de plomo y me pongo una camiseta extra grande y unos pantalones cortos. No se me ocurre otra cosa que hacer, así que saco el libro de biología y empiezo a estudiar. Noto movimiento en la ventana, y me encuentro a Will ataviado con un esmoquin negro. Esta guapísimo. Se agacha para escribir una nota y me enseña el papel. <<¿Vas a ir?>> Sacudo con la cabeza y levanto el libro de biología para hacerme entender. Él agacha un poco los hombros y vuelve a escribir <<Ojalá fueras>>. Retiro la vista y él se marcha. Despejo la cama de papeles y encuentro uno que escribí en una de nuestras conversaciones; <<Te quiero>>.


Sonrisas Inesperadas (VI)

Ha desaparecido, por completo. Sus compañeros se están volviendo locos, y el entrenador ya está llamando al jugador suplente para que se prepare. La gente se mira desconcertada, y yo no lo aguanto más. Me da igual que se dé cuenta de que estoy perdidamente enamorada de él, o que quede en ridículo delante de todo el colegio; tengo que ir a buscarle.

Dejo mi instrumento en el banco de la grada y salgo corriendo hacia los vestuarios. Por supuesto, nadie se fija en mí, así que tengo ventaja. Me paro un segundo frente al vestuario masculino, dubitativa. ¿Puedo entrar aquí? Sacudo la cabeza y atravieso la puerta, aunque sé que no estará dentro. Sus compañeros lo habrían encontrado. Me basta con hacer un barrido circular para comprobar que el vestuario está completamente vacío. Dudo un par de minutos antes de salir corriendo hacia el lugar donde sé que lo encontraré.

Es irónico, pienso, cómo yo soy la que le conoce, la que le hace reír cuando va a llorar, la que le entiende, la que le quiere de verdad, y aún así no se da cuenta de nada. ¿Será por aquello de que el amor es ciego que no puede verme?

Saliendo del terreno escolar y adentrándome al bosque (que debo decir da bastante miedo a estas horas), empiezo a contar árboles. Uno, dos, tres... Cuando por fin doy con el árbol número trece me paro y espero a que mis ojos se acostumbren a la oscuridad, antes de mirar arriba. Vaya, qué silencioso está esto, a lo mejor me he equivocado y no está aquí, como pensaba. Entonces oigo un hipo y miro arriba. Will está encaramado a la rama más gruesa del árbol, a unos tres metros del suelo, con las manos entre la cara. Se me cae el alma a los pies; no hay nada más triste que ver llorar a alguien tan genial como él.

-Eh -musito, lo suficientemente alto para que me oiga y no se asuste. Deja descubierto su rostro y no se molesta en secarse las lágrimas. Empiezo a trepar el árbol, rezando para que mis patosos y enclenques pies no me jueguen una mala pasada; cuando he alcanzado una altura considerable, él ofrece su mano para ayudarme, y consigo acabar sentada a su lado.
-El decimotercer árbol, ¿eh? Como en los viejos tiempos.
Espero que se acuerde de las tardes que pasábamos aquí de pequeños y no esté quedando como una idiota. Dibuja una sonrisa triste y asiente. Se acuerda.

Me quedo callada, mirando mis pies mientras cuelgan. Tal y como esperaba, él habla primero. Me cuenta lo que yo ya he visto y me dice que teme decepcionarnos a todos, que no podrá ganar el partido, que todos le echarán la culpa; su mundo se está desmoronando por completo. Cuando guarda silencio, hablo yo.
-No sé si esto servirá de mucho, pero ¿sabes una cosa? Yo confío en ti. Eres el mejor jugador de la escuela, tú nos has traído hasta aquí y tú eres el que va a salir, con un trofeo en la mano. Yo sé que puedes.


Sonrisas inesperadas (V)

Se acerca la hora del partido y mis ganas de aparecer disminuyen por segundos. Quizá pueda hacerme la enferma y no ir, aunque sé que eso no es realista. Intento mentalizarme de que sólo tendré que aguantar dos horas; tocaremos el himno escolar, un poco de música para acompañar a las animadoras (entre las que se encuentra su odiosa novia) y podré irme a casa. Con suerte hasta disfrutaré de un buen partido de baloncesto.

-Eh, Taylor, ¿estás lista? -Ruth, mi compañera de banda se me acerca con su saxofón al hombro. Me encanta su estilo, es una de las mejores personas que he conocido nunca. Asiento con la cabeza y me coloco el bombo en su sitio. Quedan quince minutos para el partido, y hay que empezar a tocar ya. No recuerdo la última vez que me puse nerviosa para tocar en un partido, sobre todo desde que hago las percusiones. En fin, sólo serán dos horas.

El director ha insistido en que nos vistamos para la ocasión, proporcionándonos unos trajes azulones con flecos dorados con los que parecemos soldados de plomo. Intentamos quejarnos, pero por supuesto nadie escuchó a la banda de freaks. Así que aquí estamos, desfilando uno detrás de otro por el gimnasio, tratando de ignorar las risas de las animadoras y sus secuaces. Él me mira, esperanzador de que le devuelva la sonrisa, pero yo aparto la mirada. No voy a aguantar más burlas. Comienza el partido.

El juego se desenvuelve rápido, ágil, sin parones. Nuestro equipo se pone por delante nada más empezar, y la emoción se puede palpar en el ambiente. Todos confían en él. Yo incluida. Las animadoras mueven sus pompones mientras nosotros nos dedicamos a darles un poco de ritmo (más bien sólo yo, que soy la que lleva el mayor peso de la percusión). Se acaba el primer cuarto y el director nos da la intro para que comencemos a tocar, a la par que las animadoras se ponen a menear las caderas y a hacer acrobacias.

-¡Eh, Will! -grita alguien entre las gradas, haciendo que él vuelva la cabeza-. ¡Tú puedes muchacho, llévanos a la victoria!
Puedo notar cómo, a pesar de su sonrisa confiada y aparente tranquilidad, está nervioso. Se rasca el cuello una y otra vez, cosa que hace cuando algo le preocupa. La piel comienza a tomar un colo rojizo. Las animadoras por fin terminan su número y los jugadores se preparan para volver al campo. Entonces ocurre lo inesperado. Will ahoga un grito de indignación mientras ve a su novia coquetear con otro jugador del equipo. Desde donde estoy no oigo nada, pero puedo ver cómo pide explicaciones y cómo su novia (supongo que ahora ex) se hace la tonta; casi me la puedo imaginar diciendo <<Sólo somos amigos, estábamos hablando>>.

Comienza el segundo cuarto, y el desastre. El equipo contrario empieza a robar balones, a encestar canastas y a coger rebotes que nuestro equipo (sobre todo él) falla. Nuestro lado de las gradas empieza a abuchear, y el equipo se pone nervioso. Han ganado mucha ventaja sobre nosotros, y los ánimos empiezan a ser tensos. Entonces, justo cuando quedan varios segundos para el final del tiempo, Will recibe un fuerte empujón del jugador más grande del otro equipo. Pitan la falta, y él falla. Ambos tiros. Entonces se acaba el tiempo, y Will sale corriendo hacia los vestuarios.

Nos urgen a tocar algo animado para calmar el ambiente, pero nada parece ser capaz de devolverle el espíritu a los jugadores. Están empezando a cocerse peleas entre ellos; pullas, empujones, malas caras. Diez minutos después de que hayamos dejado de tocar, sólo se oye una cosa en el gimnasio.

¿Dónde está Will?


Sonrisas inesperadas (IV)

Me recojo el pelo en una coleta e intento volver a concentrarme en mis apuntes de historia. Vaya semana que llevo; desde que lo arregló con su novia se le ve más feliz que nunca, y ya casi no tiene tiempo para hablar conmigo. Así que básicamente, he decidido olvidarme de él; nunca será mío, así que ¿para qué perder el tiempo intentándolo? Tengo un curso que aprobar.

Noto algo moverse delante mío, y según levanto la vista, él me está saludando desde la ventana. Sonríe, como siempre, pero a mi ya no me provoca el mismo sentimiento. O al menos, algún día dejará de hacerlo. Respondo a su saludo con un vago movimiento de mano y vuelvo a mis apuntes. Él vuelve a llamar mi atención, golpeando mi ventana suavemente con un palo de escoba. Qué insistente. Arranco una hoja de la parte de atrás del cuaderno y escribo <<Estoy estudiando>>. Se la enseño y él baja la vista; vocaliza un <<Lo siento>> que leo a través de sus preciosos labios y corre la cortina, dejándome de nuevo a solas con mis estudios. Me enjugo una lágrima que amenaza con escapar de mis ojos y vuelvo al mundo de la Segunda Guerra Mundial.

Unas horas después, estoy saliendo por la puerta con Lucy cuando él sale corriendo de su casa. Intenta parecer casual, pero hay algo raro; ha salido demasiado... nervioso. Me pregunto si se habrá peleado con sus padres. O quizá con su novia. Probablemente sólo sean imaginaciones mías. En fin, acabemos con esto lo antes posible, me propongo mentalmente.
-Hola, dice con su habitual tono cálido, aunque hoy suena algo más apagado.
-¿Qué tal?, murmuro, con la vista fija en el suelo.
Me acompaña en mi paseo en silencio, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, intentando entablar conversaciones que yo corto con comentarios secos y simples. Me odio a mí misma, y él probablemente también me esté odiando. Pero es lo mejor.

-¿Sabes? El gran partido es el viernes, y... bueno..., me preguntaba si ibas a ir.
Es el capitán del equipo de baloncesto, y todo el colegio sabe que nos llevará a la victoria en el campeonato. <<Pues claro que iré, ¡si estoy en la banda del equipo!>>, pienso para mí. Sin embargo, contesto con un escueto << Ajá >>. Obviamente se cansa de intentar sacar algún tipo de respuesta de mí, así que me desea buenas noches y regresa a su casa, algo malhumorado. Yo llamo a Lucy (que ha estado trotando a sus anchas por la calle) y también me voy a la cama. Puede que cuando me levante haya ocurrido un milagro.


6.16.2012

Sonrisas inesperadas (III)

Hoy casi no puedo levantarme; estuvimos hablando en el tejado hasta altas horas de la madrugada, y ahora Lucy reclama su paseo, indiferente a mi agotamiento. Me arrastro como puedo fuera de la cama y miro por la ventana; al parecer, a él también le han obligado a levantarse, porque deambula por la habitación recogiendo ropa sucia. Espero a que se percate de mi presencia, pero obviamente está demasiado cansado para hacerlo; no le culpo.

Mamá me obliga a dar un baño a Lucy antes de sacarla a pasear, así que acabo con el pijama empapado en agua y champú para perros y un dolor de cabeza exorbitante. No me molesto en ponerme las lentillas, y salgo a la calle con mis viejas gafas de culo de vaso. Mi pelo ha adquirido una forma un tanto peculiar (y nada atractiva) por sí solo, y me prometo arreglarlo luego, pero ahora simplemente quiero que se me pase este horrible dolor de cabeza, así que ato la correa de Lucy y salimos a la calle. Hace un día bastante bueno, ni demasiado caluroso ni demasiado frío, y la naturaleza puede conmigo; suelto la correa del perro y me dejo caer en un banco de la acera. Me pongo a divagar mirando en línea recta sin enfocar nada realmente; no sé cuánto tiempo pasa, pero de repente, él ilumina mi campo de visión.

Se dirige hacia mí con una sonrisa que podría iluminar la ciudad entera, con su andar tan casual y estiloso y las manos en los bolsillos de esos vaqueros gastados que tanto le gustan. 
-Hey, ¿cómo vas?; toma asiento al lado mío y estira los brazos a lo largo del respaldo del banco, provocándome un escalofrío. Yo por mi parte, quiero que me trague la tierra antes de que me vea con estas gafas; por alguna extraña razón, no sólo no hace ningún comentario, sino que parece no darse cuenta. ¿Tan invisible soy? Empezamos a hablar, menos que ayer puesto que los dos estamos agotados, pero somos capaces de acabar riéndonos. Hay un momento en el que un mechón de pelo rubio me cae sobre la cara, tapándome la visión de un ojo; entonces él se incorpora en su asiento y me lo retira con cuidado, colocándolo de vuelta en su sitio. Me quedo paralizada varios segundos antes de poder reaccionar.

Pero obviamente esto no es un cuento de hadas, así que alguien me pincha la burbuja. Un descapotable rojo con la música demasiado alta interrumpe en la carretera y se para justo en frente nuestro. En él, luciendo un despampanante modelo veraniego, va su novia, que me dirige una mirada maliciosa a través de unas gafas de sol que sé de sobra que no podría permitirme. Al parecer se han perdonado, porque él esboza una gran sonrisa (aunque me da la sensación de que la fuerza un poco) y se monta en el coche de un salto, sin abrir la puerta. Ella le planta un beso apasionado (y algo acaparador) y me vuelve a dirigir otra mirada fulminante. Yo bajo la vista al suelo y veo cómo se alejan por la esquina, corriendo a demasiada velocidad. Él ni siquiera vuelve la vista para decirme adiós. 


Sonrisas inesperadas (II)

Miro por la ventana y le veo; está hablando por teléfono, con su novia, probablemente, y parece que están teniendo una discusión. Estoy segura de que ella no le conoce como le conozco yo. Y aún así, entiendo perfectamente que no se haya fijado en mí más que como en "la vecina de la casa de al lado". Escasos minutos después, parece que ella le cuelga, porque mira el teléfono desconcertado durante unos segundos y luego lo lanza contra la cama. Se lleva las manos a la cabeza y se gira hacia la ventana.

Le saludo con una mano y una sonrisa de compasión; él me devuelve la sonrisa como puede, abre la ventana y se sienta en el alféizar (que forma parte del tejado, más bien). Yo dudo; por fin, hace una señal para que me una a él y maniobro como puedo para no matarme y llegar a su lado. Pretendo ser un poco más torpe de lo normal para que tenga que ayudarme; me toma la mano y pone la otra en mi cintura para empujarme hacia sí.
-¡Salta!, dice, tirando de mí, y de un impulso levanto los pies de mi propio tejado, acabando encima suyo.
Tardo un poco más de lo que debo en retirarme hacia un lado, y me ruborizo cuando él sonríe, a centímetros de mis labios. Por fin nos incorporamos y nos sentamos correctamente, uno al lado del otro, igual que en el parque.

-¿Os habéis peleado?, pregunto, tímidamente. Asiente con la cabeza y me cuenta que él hizo una broma que a su novia no le gustó, y se había molestado. Ha intentado disculparse, pero al parecer ella se toma las cosas muy a pecho. Le pregunto cuál fue la broma que hizo y cuando me la cuenta, no soy capaz de parar de reír. ¡Es buenísima! No sé cómo alguien se puede tomar mal algo así, sobre todo viniendo de él. Pero si no sería capaz de hacer daño a una mosca. Ella no le comprende.

Nos pasamos la noche hablando ahí, en el tejado, mirando las estrellas e imaginando formas en el cielo. Acabamos riéndonos tanto que nos cuesta no caernos del tejado; no sé cómo no se da cuenta de que yo soy quien le hace reír cuando está a punto de llorar, de que yo soy quien e verdad le comprende y le entiende. De que yo soy quien le saca una sonrisa inesperada.


6.15.2012

Sonrisas inesperadas (I)

Oh, señor, pero qué tarde es, Lucy se debe de estar volviendo loca. Me pongo encima lo primero que veo y salimos a la calle. No veo mucha gente alrededor, así que le suelto la correa y dejo que vaya libre, correteando alrededor de los árboles o trotando a mi lado. Me encamino hacia el parque para poder disfrutar de la puesta de sol rodeada de verde. Busco una colina relativamente solitaria y me siento a mirar al horizonte. Entonces le veo.

Está corriendo por el camino de tierra que está al pie de la colina, con la música puesta. Madre mía, no puede ser más guapo. Lleva ropa de deporte normal y corriente, pero a mí me sigue pareciendo un ángel. No me ve, por supuesto; va concentrado en su carrera. Pero entonces ocurre el milagro: gira la cabeza y mira en mi dirección. No estoy segura si me verá o no, pero sonrío igualmente (probablemente lleve haciéndolo desde que le he visto). Él se para. Me ha visto.

Mi pulso se acelera mientras camina hacia mí, subiendo la colina paso a paso mientras guarda los auriculares. Mi sonrisa se ensancha mientras me saluda con la mano y un guiño (cosa que siempre hace).
-Hey, ¿cómo tú por aquí?, dice con su cálida voz. Me baja un escalofrío por la espalda.
-Nada, disfrutando de la puesta de sol mientras Lucy corretea un poco.
Parece que hoy las estrellas se han alineado, porque mientras se seca un poco de sudor de la frente con la camiseta (dejando a la vista su perfecto torso), dice:
-¿Te importa que la vea contigo?

Nos pasamos sentados el uno al lado del otro dos horas, a escasos centímetros de tocarnos, hablando en voz baja sólo lo suficientemente alto como para oírnos mutuamente. Lucy se cansa de hacer ejercicio y acaba tumbándose a nuestros pies. En un momento en el que estiro el cuello para mirar al cielo, que ya se llena de estrellas, él apoya la mano en la hierba, justo detrás de mi espalda, rozándome. Podría quedarme aquí toda la vida, apoyar mi cabeza en su hombro y esperar a que se pare el tiempo. Pero sé que no lo hará, así que cuando por fin volvemos a la realidad y nos separamos, vuelvo a casa sola (seguida de cerca por Lucy, claro), pensando en lo mucho que me gustaría que supiera lo enamorada que estoy de él.


Planes para uno (VIII)

Caminamos por la calle principal de Neustift, agarrados de la mano. Tengo tantas historias que contar... Sólo necesito alguien a quien contárselas. La miro a los ojos. A lo mejor puede ser a ella. Como yo, cada vez que se levanta y mira por la ventana se queda sin aliento. Y a mi los Alpes me parecen un poco más bellos ahora.

Hace tres años que salimos del país en una pequeña avioneta. Conseguí sobornar al piloto y nos dejó colarnos en la parte de atrás, junto con algo de mercancía que iba hacia Viena. De allí, cogimos un tren hasta aquí. A casa. Parece mentira. El mundo que amábamos se ha ido. Y sin embargo, cuando me quedo dormido en la hierba con su cabeza sobre mi pecho y rodeado de mis amigos (la han acogido increíblemente bien), siento que estoy donde pertenezco. Es el único sitio seguro que conozco, así que voy a llamarlo "hogar".

A veces noto que ella echa de menos la ciudad, la carretera abierta a un millón de posibilidades. Pero no es nada serio, porque aún así nos divertimos. O al menos, yo antes lo hacía. Cuando se cierra una puerta se abre una ventana, y supongo que ella lo fue. Así es la vida; no todos sobreviven a la guerra. Y aún así, con su rostro en la parte más segura de mi cerebro, sigo sintiendo los rayos de sol. El mundo que amábamos, destruido por siempre jamás. Aunque supongo que aún así somos tan felices como los demás creen.

Por algún motivo estoy enamorado de lo corriente y ordinario. Sólo necesito un pequeño espacio para apoyar la cabeza, y todo se aclara un poco. Me siento un poco avergonzado de confesar esto, pero a veces necesito ayuda, un pequeño empujón para seguir adelante. Ella lo comprende, y lo intenta como puede. Yo a cambio hago lo mismo. Los dos perdimos a nuestra alma gemela aquella última noche. A veces parece que todo fue un sueño, pero en el fondo sé que es verdad. La guerra se lo llevó todo. Incluso a ella.

Rescato su recuerdo de la parte de atrás de mi memoria y me gustaría que pudiera ver cómo los canales se congelan en esta época del año. Me gustaría que me viese de nuevo con los pies en la tierra, preparado para cualquier cosa... Simplemente me gustaría que me viera, que estuviera aquí, conmigo. Parece que no tengo remedio; al fin y al cabo, la volví a fallar. Con todo, no pienso volver a rendirme, por nada del mundo. Quería sacar a alguien de la guerra y lo conseguí; no precisamente a quien quería en un primer momento, pero ayudé a alguien a huir. Sé que ella nunca me querrá como le quiso a él. y que yo nunca la querré como la quise a ella.

Pero después de todo, ¿no sigo sintiendo la luz del sol? Soy exactamente igual de feliz que lo que piensan los demás. El mundo que amábamos se ha ido. Pero al menos yo no volveré a tener planes para uno.

                                                                                                  -Para Jack, la cuarta hoja de mi trébol.

6.14.2012

Planes para uno (VII)

Encuentro una pequeña calle cortada donde no hay disturbios y entro en una de las casas, ya abandonadas. Ella perdió el conocimiento hace un rato, así que es un peso muerto y estoy empezando a notar el cansancio. Me dejo caer al suelo apoyándome contra la pared con cuidado, para no hacerla daño. Dejo que mi propia mente delire un poco antes de obligarme a estar lúcido de nuevo; se está despertando, así que la subo a mi regazo y le acaricio suavemente. ¿Cómo hemos llegado a esto?

A veces pienso que todos tienen un problema, pero que nadie quiere arreglarlo; bajando por una calle, un hombre en sus cuarenta y tantos me ha gritado <<Olvídalo chico, no vais a conseguirlo jamás>>. Sin embargo, yo sé que vamos a sobrevivir; juntos. <<Cierra los ojos y no me dejes marchar>> le susurro al oído a la vez que le seco una lágrima que resbala por su mejilla. La tomo la mano y se la aprieto con fuerza; no vamos a pensar en el mañana. Podemos encontrar un lugar a donde ir, donde sea, porque sé que nuestros corazones están unidos para siempre, y que nuestro amor no morirá. La tomaré de la mano esta noche, aunque sea la última vez.

Varias horas entrada la madrugada el estruendo se ha calmado; la ciudad duerme, mientras nosotros estamos perdidos en el momento. La he robado un par de besos, breves, dulces, maravillosos; si el mundo exterior pudiera vernos nos llamarían locos, pero ellos no lo entienden. Como una lluvia silenciosa, pequeñas y saladas lágrimas caen por sus mejillas de vez en cuando, y a mí se me parte el corazón, pero cuando la miro a la cara recupero las fuerzas para seguir. Podría sacarme de una cueva con su luz; puede llevarme a casa.

La tomo de la mano como si fuera la última vez, y cierro los ojos; encontraremos algún lugar para ir, lo sé, podemos conseguirlo. Pero en eso ya pensaremos mañana, ahora sólo estamos nosotros, los escombros y el rumor lejano de la guerra. Aprieta mi mano y se acerca más a mí. Vamos a conseguirlo.




6.13.2012

Libertad

Esta entrada es cortesía de mi buen amigo Víctor A, el cual ya escribió "El doble sentido de la vida".


No aguantas más el aburrimiento en tu casa. Es tarde, pero es verano y aún te quedan un par de horas de sol que aprovechar, así que coges tu iPod y sales a la calle. Echas a correr por la primera calle que ves, dejándote llevar por tu instinto. No tienes ni idea de qué ruta seguir, si escoger el camino habitual o probar uno nuevo que te lleve más lejos, pero tu alma lo tiene bien claro: quieres disfrutar de esta libertad el máximo tiempo posible. Después de pasar por ese lugar especial que es indispensable para ti y que has transformado en el inicio de todas tus rutas, empiezas a correr de verdad, y entonces te conviertes en un pájaro. 


La música te inunda por completo, empujándote hacia delante. De vez en cuando no puedes reprimir dar unos baquetazos al aire, cantar un estribillo o dejarte llevar y esprintar unos metros con los brazos extendidos. Si la gente te mira como si estuvieses loco, no te das cuenta o no les haces caso, porque tú eres libre, atravesando la ciudad como si fuera tuya. De hecho, incluso te hace regalos. Los semáforos se abren continuamente a tu paso como un regalo, y nunca te detienes. A veces, una brisa te da en la cara, refrescándote. De vez en cuando un escalofrío recorre tu espalda, y no sabes si es por el sudor enfriado por el viento o por el subidón que te provoca la música. En realidad, sólo estáis la música y tú.

Otras veces que saliste a correr te ponías un objetivo y tu reto era resistir hasta cumplir el objetivo. Pero esta vez no. Esta vez corres como te lo pide el alma, y tu cuerpo obedece sin rechistar. Corres deprisa, haces sprints sin preocuparte por ahorrar fuerzas, dándolo todo y recibiendo chutes de adrenalina musical cuando tus pulmones no pueden más. Así, la música transforma tu agotamiento en energía y no te sorprende que, a pesar de que en el camino de vuelta las bajadas se transforman en subidas, de que te ves obligado dar rodeos porque los semáforos ya no te favorecen y de que los gemelos se te contraen y te pinchan, llegues a casa y el iPod te marque una hora y media y quince kilómetros de carrera.

Porque, por una hora y media, fuiste totalmente libre.

6.12.2012

Cancionero

Un día más, el manto de la noche te arropa, y tus pensamientos más ocultos salen a la superficie. Sabes que no puedes ocultarlo, y mucho menos negarlo: tienes miedo.

Siempre has tenido miedo del futuro, y no hay nada que pueda cambiar ese hecho. Puede que algún día alguien consiga hacerte cambiar de punto de vista, o que aprendas a corregirlo tú sola, pero de momento, por lo que te toca, la visión es la misma y los temores persisten. Si antes era difícil confiar en tus habilidades personales, ahora que te has entregado al resto del mundo y tienes que aprender a distinguir de lo que está bien o mal, es imposible seguir adelante sin temblar. ¿Cómo sabes que las decisiones que estás tomando son correctas? Nadie puede decírtelo. Tienes miedo.

Con todo, hay cosas y gente que te importan más que otras, así que esperas que las decisiones que tomes con respecto a ellas sean las más acertadas. Porque si vuelves a cometer el mismo error te encontrarás con las mismas pesadillas, llorando y llorando hasta que no puedas intentarlo más, hasta que te crean loca. O hasta que tú misma te consideres una loca. Si las decisiones que te importan las vas a fallar, entonces dejarás de escuchar canciones románticas, con finales felices, y tonalidades mayores. Tienes miedo.

Sabes que puede que nunca acabe y que, sin embargo, hay muchas cosas por empezar. No quieres estropear algo mágico y verdadero por lo que nunca debió ser, pero no quieres volver a precipitarte y meter la pata. Tienes miedo de amar, de odiar, de reír, de llorar... Tienes miedo.

Parece que esa es la única característica que nunca te abandonará; cuando tengas el pelo cubierto de canas, las manos artríticas y la cara llena de arrugas, habrás dejado muchas cosas atrás, pero estás segura de que el miedo siempre estará contigo. Será tu compañero de batallas perdidas y de impulsos retenidos, tu sombra en el día a día y tus cadenas en las decisiones que te podrían haber llevado a lo más alto. El miedo siempre estará contigo, al igual que las dudas.

Así que, hoy por hoy, coges tu cancionero y sacas las canciones de amor, porque esta no es una de ellas.

Para Lorena; sé que la canción no tiene nada que ver con la entrada, pero estaba sonando cuando la escribí, así que es lo que hay.

6.11.2012

Conversaciones aleatorias

-Te quiero.
-¿Me quieres? 
-Sí
-¿Por qué?
-Porque eres especial.
-Todos somos especiales, eso no demuestra nada.
-Tú eres especial de una manera diferente; nunca había conocido a nadie como tú.
-Eso puede ser malo.
-Pero no lo es.
-¿No?
-No.
-¿Y por qué?
-Ya te lo he dicho, porque te quiero.
-Demuéstramelo.
-No puedo.
-¿Por qué?
-Porque no quiero quedar en ridículo.
-¿Por qué ibas a quedar en ridículo?
-Porque tú no me quieres.
-¿Quién ha dicho eso?
-Tú. No has contestado lo mismo, así que no me quieres.
-No, no he contestado lo mismo porque te quiero demasiado como para decirlo en voz alta.
-Entonces demuéstralo.
-Cierra los ojos.
-Vale. Ya. ¿Ahora qué?
-Nada. No puedo demostrar que te quiero, pero vas a tener que confiar en mí.
-¿Y eso por qué?
-Porque me quieres.



Planes para uno (VI)

Mi grito de alivio rasga la noche a través de los de terror, y corro a abrazarla con todas mis fuerzas. Tarda unos segundos en reconocerme, pero en seguida lo hace y se pone a llorar, enterrando su rostro en mi pecho. Nos arrastramos al suelo, abrazados como si no hubiera mañana. Y puede que sea así.

No quiero que este momento se acabe nunca, donde el todo no es nada sin ella. Soy capaz de esperar una eternidad para volver a verla sonreír, porque es muy cierto: no soy nada sin ella. Rasgo la manga de mi camisa y la uso para limpiarla la cara, con delicadeza, mientras la hablo muy despacio.

<<Sé que, a lo largo de todo este tiempo, he cometido errores; me he tropezado y me he caído, pero créeme que estas palabras las digo en serio: Quiero que sepas que aunque pudiera tenerlo todo no quiero dejarte, lo eres todo para mí; me voy a agarrar a este momento aunque sea lo último que haga, porque quiero demostrarte que no pienso dejarte ir otra vez>>.

En otras condiciones probablemente me habría dado la espalda, chillado, pegado, o ignorado. Pero hoy, no; no aquí. Ya le he abierto mi mente y mi corazón, y sabe que digo la verdad. Sé lo que perdí y no pienso volver a dejarlo marchar, cueste lo que cueste. Porque sé que no soy nadie sin ella. Los vecinos (totalmente ajenos a nuestro emotivo encuentro), gritan alarmados, y tenemos el tiempo justo de apartarnos rodando y evitar que un pedazo de hormigón se precipite sobre nosotros, aplastándonos.

El mundo se deshace sobre nuestros ojos, sin ni siquiera saber con qué nos vamos a encontrar. Vuelvo a la realidad cuando el pavimento me quema el brazo, sobrecalentado por las llamas, y me doy cuenta de todo lo que está pasando. La gente huye aterrorizada, los niños lloran sin parar y ella... Ella está paralizada de miedo. Podría largarme sin que se diera cuenta.

Sin embargo, no he venido hasta aquí para abandonarla ahora, así que la cargo en mis brazos y salgo caminando del gentío y del pánico. No voy a dejarla marchar. Nunca más.


Planes para uno (V)

Me informan de que será casi imposible volver a salir del país si tardo más de dos o tres días; las revueltas son cada vez más violentas, y ya he esquivado a dos grupos intentando atracarme. ¿Cómo hemos podido llegar a esto? Pienso en sus palabras y veo que tenía razón cuando dijo que <<los humanos somos tan estúpidos como para matarnos a nosotros mismos>>. Se ha acabado, es el fin; de esta no quedará nada.

Medio camino medio troto por las calles que un día fueron mi hogar, y no reconozco a nadie. Algunas casas han prendido fuego y calor de las llamas me quema las retinas. No puedo creerme lo que veo. Un día esta fue mi casa. Y yo nunca di las gracias por ello, pensé que tendría la oportunidad de hacerlo más adelante, pero ya veo que no. ¿Qué pensarían de mí ahora? Tan afortunado, tan fuerte, tan orgulloso. Espero que, estén donde estén, les acompañen los ángeles.

<<Escuchadme, amigos míos, donde sea que estéis>>, susurro al viento caliente, a la vez que le suplico que estén sanos y a salvo, salvaguardados por ángeles quizá, o con los pies bien aferrados al mundo. Espero que todos hayan conseguido salir. Veo a gente desesperada corriendo por calles desesperadas. Todos se marchan. Algunos me gritan que de media vuelta y les siga, pero sé muy bien a qué he venido, y no me largaré hasta que lo tenga entre mis manos. Hasta que la tenga entre mis manos.

He llamado antes a papá y mamá y me han dicho que consiguieron salir de la ciudad a tiempo, hacia las islas, donde estarán seguros. Esta vez no he perdido el tiempo y les he preguntado por ella. No han sabido responderme, no saben absolutamente nada de ella desde hace meses. Así que estoy recorriendo las calles de nuestro antiguo barrio en busca de ayuda, pistas, o lo que sea que se me entregue. Veo salir humo al final de la calle, y llamas lamiendo el cielo nocturno. Es su casa.

Corro lo más rápido que puedo hasta que llego a su altura; los vecinos se precipitan fuera, armados con las pocas pertenencias que han podido reunir, llorando, gritando, pidiendo ayuda. Entonces, del brazo de una anciana casi inmóvil, con la cara llena de ceniza y hollín, ayudando a sacar a los más dependientes, la veo.

Está viva.


Regreso

Como otras anteriores, esta entrada es cortesía de Rumiko Yagami, desde su blog Nothing Lasts Forever.


Sientes cómo tu corazón se acelera y no puedes hacer nada por evitarlo.
Esperas pacientemente cada vez más nerviosa, y cuando llega y te estrecha entre sus brazos, te inunda la calma, entierras la cabeza en su pecho y le sujetas todo lo fuerte que puedes.
No puede escaparse de tu lado de nuevo. No puede.
Os tiráis aferrados el uno al otro hasta que tenéis los brazos agarrotados, pero da igual, no importa, no sientes dolor mientras él esté a tu lado y no decís nada, os quedáis saboreando el momento, porque no hacen falta las palabras, ya con los ojos os lo decís todo.
Podrías quedarte así eternamente, pero llega el momento de soltarse, y, aunque habéis estado un buen rato, para ti parece que sólo han pasado unos pocos segundos y le sueltas de mala gana.
Le ayudas con las maletas y os encamináis al coche, ya habrá momentos para hablar más tarde, no hay prisa, estáis juntos de nuevo y ya no hay nada que os separe.

Planes para uno (IV)

Se acabó, no puedo más. Llevo dos semanas intentando calmarme, dejar pasar lo que sea que esté pasando en casa y seguir con la vida que vine a buscar aquí. Mamá y papá me han asegurado que ellos están bien, pero como no me he atrevido a preguntar por ella, sigo en un sin vivir. Nada me sabe bien, todo me preocupa, me frustro cada vez que la radio no sintoniza nada. Idi ha notado mi mal carácter, así que ha dejado de acercarse por las noches a que le dé mimos. Pobre animal.

<<¿Qué ocurrirá si encuentro el camino? ¿Si me equivoco, si cambio el mundo, o si cargo con la culpa? Dime qué ocurrirá, ¿estarás ahí?>>. Todavía recuerdo que estas fueron las últimas palabras que le dediqué, escritas a mano en una nota de papel, con el primer bolígrafo que encontré. Siempre me dio miedo volar, y ahora no va a ser menos; ya veo las torres de la ciudad, y recuerdo cómo íbamos allí a tumbarnos en la hierba, a perder la noción del tiempo. Ahora los días se han vuelto negros, y nuestros sueños se han disipado en la distancia; no hay vuelta atrás. Pero tengo que intentarlo.

Por alguna extraña razón el mundo ha seguido girando, y mi corazón ha seguido ardiendo con su recuerdo. He empezado a darme por vencido según vamos tomando tierra; ya no queda fe en el mundo, y, si la encuentro, sé que ella me dará la espalda. El camino que elegí tomar me está haciendo pagar el peaje. Pero no importa, tengo que encontrarla. Tengo que encontrarla y sacarla de aquí, llevarla conmigo a un lugar donde nadie pueda hacerla daño, a la fuerza si hace falta. Y si no quiere escucharme...

Si no quiere escucharme me quedaré exactamente donde estoy, esperando a que llame mi nombre. Esperaré horas, días, meses y años si hace falta; esperaré todo lo que sea necesario para que me llame y me busque. Porque nunca es tarde para arreglar las cosas, ¿verdad? Puedo hacerlo. Cambiaré el mundo. La encontraré y la haré mía de nuevo.


6.10.2012

Sueño invertido

Te levantas después de una buena siesta como nueva; vas a la cocina, comes algo y hablas un rato con tu madre. Te dice que tienes el sueño invertido, que deberías intentar eso de dormir por las noches y vivir por el día, como el resto de los mortales. Tú te ríes un poco y te das una ducha. Sueño invertido, dice.

Lo que te pasa es que llevas dos meses de arriba para abajo, viviendo a toda velocidad en una montaña rusa sin paradas; has pasado días llorando hasta quedarte dormidas y noches riendo a carcajadas, has sentido cómo tu corazón dejaba de latir y cómo latía un poquito más fuerte, dejaste de vivir y has vuelto a la vida. Todo ello sin salir de la rutina de los exámenes, las clases, el piano, el inglés... Ni sueño invertido ni trucos baratos.

Estás cansada de todo lo pasado y con ganas de futuro. No puedes esperar a saber qué pasa entre esa persona especial y tú, cómo evolucionan las cosas entre el que te destrozó hace ya tiempo, cuánto tiempo aguantarás la humillación a la que te somete la sociedad. Quieres saber cuándo llegarás a tocar el cielo, cómo se verá todo desde allí y si te dejarán quedarte; esperas que sí. Quieres volver a soñar como lo has hecho antes y más, volar por el universo recorriendo planetas y luego escribiendo tus aventuras, quieres hacerlo todo. Y quieres hacerlo ya.

Has pasado nueve meses en la cárcel, estudiando por las mañanas, trabajando por las tardes. Has tenido dos semestres de hacer el vago y tocar a última hora, de conjuntos negros para conciertos, de técnicas incomprensibles para los mortales. Has tenido dos meses de pesadillas interminables, incomprensión y rabia. Un mes de latidos acelerados, miradas furtivas y conversaciones al oído. ¿Y creen que tienes el sueño invertido?

Lo que necesitas son unas vacaciones y a ser posible un cambio de aires. Unos aires más fríos y verdes, con duendes y tréboles de cuatro hojas, para ser exactos.


Merecidas vacaciones

Sabes que aún no has acabado y que sólo queda el último esfuerzo. Una semanita más y serás libre. Pero ya hay demasiado cansancio acumulado, y el calor te empieza a pasar factura. Te cuesta mantener los ojos abiertos, el aburrimiento se apodera de ti y das largos suspiros. Ya queda menos.

Necesitas estar libre de verdad, poder quedar espontáneamente y salir todos los días o no salir para nada. Quieres que el calendario desaparezca de tu cabeza y que cuando te pregunten qué día es tengas que coger el móvil para contestar; que las horas se hagan etéreas y sigas la rutina que te de la naturaleza, sin horarios ni obligaciones. Quieres pasarte horas y horas escribiendo, o viendo películas, o leyendo, o haciendo absolutamente nada. Sólo quieres que llegue ya.

Porque aunque sólo queda la recta final y ya lo tienes casi todo asegurado, aún no se ha acabado, y tienes que seguir trabajando. Pero el cuerpo te pide un descanso, y te lo pide ya. Así que, justo en medio de la cuenta atrás, justo en la última vuelta, donde tienes que dar el sprint final..., te vas a tomar el día libre. No vas a hacer absolutamente nada. Puede que te tires al sofá a ver una película mala, o que te eches una siesta interminable. A lo mejor escucharás música hasta que se haga de noche, o quizá empieces algún libro.

Sea lo que sea, hoy no tienes ganas de hacer absolutamente nada.


Cuenta atrás

Sólo quedan horas para la primera prueba. Vas segura, confías en tu trabajo y esfuerzo de todos estos meses. Eres capaz de hacerlo. Pero, ¿podrás?

Has vivido el año más extraño de tu vida; todo era nuevo, todo iba más rápido, todo se acababa antes. Así que no sabes muy bien cómo enfocar esta última prueba por la que te toca pasar. Aunque sabes que no es la última, ni mucho menos; aún quedan muchas cosas que vivir. Con todo, si no apruebas este examen, no podrás seguir con los demás, así que puede que en efecto sea la última, y eso no puedes consentirlo: hay que ceñirse al plan.

Sabes que has trabajado duro, que tienes el nivel, que das el perfil para conseguirlo, pero también eres consciente de que la suerte es el factor más importante en juego. Si ésta decide estar de tu parte, no dudarás a la hora de responder, no tendrás que tachar o corregir errores, y todo saldrá como la seda. Si, en cambio, se pone en tu contra, estarás perdida. Y de todas formas no importa cómo creas que lo has hecho, hasta dentro de un mes tus dudas seguirán siéndolo. Confirmadas o desmentidas, éso sólo lo verás cuando te den el resultado. Hasta entonces te queda esperar y olvidarte, o te volverás loca.

Los nervios aún no han atacado tu sistema central, pero empiezas a notarlos por la periferia; no sabes del todo si se trata de miedo o de simple incertidumbre, pero desde luego esperas que, sea lo que sea, no te pase una mala jugada. Puedes hacerlo, puedes hacerlo, puedes hacerlo, puedes hacerlo... Miras el reloj.

Ha empezado la cuenta atrás.


Planes para uno (III)

He conseguido sintonizar una emisora británica para escuchar las noticias, y ahora estoy de los nervios. Había leído algo en la prensa sobre ello, pero no le di tanta importancia; después de todo, los extranjeros siempre exageran la situación del "país enemigo". Pero las noticias de hoy son espantosas, y hay algo que me dice que no mienten. He intentado llamar a casa para preguntar, pero con este viento que se ha levantado, la señal no llega. Se acerca una guerra, dicen, y me temo que será violenta.

Pienso en ella inmediatamente después de que el teléfono no dé señal. ¿Estará ella bien? ¡Tendría que haberse venido conmigo! Entonces nada de esto estaría pasando. <<No me dejes, por favor...>>, susurro al viento, mientras Idi ladra al viento que está arrancando las mejores hojas de su árbol favorito. Debería coger un avión ahora mismo e ir a buscarla, sacarla de allí a la fuerza si es necesario; debería haber dejado que me llevase a aquella parte de la ciudad donde decía que las luces brillaban con magia. Debería haber entrado allí, después de oír la amenaza de tormenta, el murmullo de las sirenas acercándose; debería haber ido con ella cuando me lo pidió, porque ahora no siento los pies sobre el suelo.

Se me estaba acabando el tiempo y decidí malgastarlo cantando canciones que la hacían llorar; así que el tiempo me arrastró como un arma colocada sobre mi nuca, y mi estúpida y ciega mente me convenció de que cada nueva carretera era un rayo de luz mejor; cuando llegué aquí, a pesar del cansancio y del resentimiento conmigo mismo, no pude sino decir <<Qué noche tan hermosa>>.

Tengo que saber si está bien, o me volveré loco. Si sólo la gravedad me dejase libre, y pudiera volar hasta ella, puede que tuviese ocasión de cambiar las cosas, de arreglar mis errores. De desechar mis planes para uno.


Con música y a lo loco

La hora mágica, el mejor número capicúa: la 1:31. Luz tenue, vista cansada, espalda destrozada, nocilla a cucharadas y un poco de rock antiguo sonando a todo volumen. No se te ocurren muchas cosas que podrían hacer esta noche más perfecta.

Con un bostezo sacudes el sueño que se va acumulando en tu cuerpo y sigues sacudiendo la cabeza al ritmo de las baterías, haciendo los coros en el estribillo y usando la cuchara de micrófono cuando llegan los puentes. En el solo te pones de pie y das un auténtico concierto con tu guitarra de aire, saltando en círculos y bailando como músico y espectador a la vez. En ciertas partes, mueves los hombros al ritmo de la música electrónica, y todos y cada uno de los segundos mantienes los ojos cerrados para hacerlo más real.

Si no vas a vivir para siempre, no vas a desperdiciar un solo día más. Vas a vivir a tope cada minuto que Dios te entregue, sin rencor, sin resentimientos, con una buena dosis de valentía y un saco de sonrisas para compartir. Vas a disfrutar de la música como si fuera una pila que te da energía para funcionar, ya que así es. Quieres sentir todas las notas debajo de tu piel, los versos y las estrofas en tu corazón, saliendo por tu garganta a grito pelado mientras te duchas, en los momentos en los que algún necio te quiera impedir el paso, cuando el amor llame a tu puerta y quieras hacerle pasar. Siempre.

Vas a aceptar lo que sea que te envíe el destino con la cabeza bien alta y tus ídolos sonando de fondo. Vas a vivir la vida mientras puedas, porque no hay nada eterno. Vas a besar con dulzura, a amar con pasión, a reír con ganas y a llorar de alegría. Con música y a lo loco.


Planes para uno (II)

Idi se me acerca y coloca el hocico bajo mi mano, para que le haga caso. Le dejo que se suba a la cama y apoya la cabeza en mi regazo. Debería estar corrigiendo exámenes, pero hace dos días que no puedo concentrarme, desde que vi a aquella pareja de españoles. Ahora todo me recuerda a casa.

<<¡Pues lárgate!>>, me gritó entre lágrimas. <<¿Quién te necesita?>>. Estaba furioso; había pasado toda mi vida planificando el futuro, calculando todos y cada uno de los detalles, y cuando apareció ella me lo desbarató todo. Los días dejaron de ser planificados, y yo era feliz así, pero había llegado el momento de decidir si tiraba el mayor plan de mi vida por la borda. Qué egoísta fui; el mayor plan de mi vida tendría que haber sido ella, no unas vistas montañescas. Pero yo no lo entendía, y estaba furioso.

Así que me subí al escenario aquella noche y me dejé la voz; no pensaba renunciar a mis sueños, porque era mi propia vida y la viviría como quisiera; era ahora o nunca, porque no íbamos a vivir para siempre, y lo haría a mi manera. Mientras estuviese vivo, iba a vivir. Era mi vida. Se lo dediqué a los que habían sabido mantenerse en su camino y no se habían dejado arrastrar, fui capaz de cantar todas esas cosas mientras veía cómo a ella le resbalaban las lágrimas por la cara, mirándome a los ojos y negando con la cabeza.

Antepuse mi orgullo a mis sentimientos, y me mantuve bien alto mientras el mundo gritaba mi nombre para hacerme caer; no permití que me doblasen, ni que me rompiesen, no di un solo paso atrás. Eran mi vida y mis decisiones. Erróneas todas, claro. Eso lo sé ahora. Fui estúpido. Me pasé dos semanas pidiéndola perdón, pero ella se había aprendido bien la frase. <<Es tu vida>>.

Sí, es mi vida y aquí estoy, con un perro en mi regazo y su recuerdo en la memoria. Lo he hecho a mi manera, y me he quedado con lo que siempre quise: planes para uno.


6.09.2012

Planes para uno

No importa cuánto tiempo lleve aquí; cada mañana, cuando me levanto, los Alpes me dejan sin respiración. Idi se acerca trotando hacia mí, moviendo el rabo, feliz. Le acaricio un poco las orejas y me meto en la ducha. En Neder puede que no siempre haya cobertura telefónica o señal de televisión, pero el agua caliente siempre está esperándote en la ducha. Dejo que el vapor se lleve mi sueño y salgo a dar un paseo matutino antes de ir a trabajar.

Veo a una pareja caminar hacia mí dubitativos; son extranjeros, aquí todos nos conocemos. <<Entschuldigung>>, dice la mujer con un marcado acento español. <<Wo ist der... der...>> Hace esfuerzos por leer el mapa arrugado que tiene entre las manos, pero niego con la mano y les indico que hablo su idioma. Suspiran, obviamente aliviados por no tener que seguir hablando alemán. Les indico todo lo que quieren saber y me dan las gracias; yo continúo con mi paseo. Me pregunto qué les habrá hecho venir hasta un pueblo de Austria tan apartado del resto del mundo. Claro que ella me preguntó lo mismo.

Vuelvo a casa, a la misma habitación vacía; no entiendo cómo me puede dar vueltas la cabeza un domingo por la tarde. Hubo un tiempo en el que lo tuve todo; estuve en la cima del mundo, y aunque todavía me acuerdo, apenas puedo seguir en pie. Sé que esto era lo que yo quería hacer, siempre formó parte de mis planes. Pero yo no tenía planeado que llegase ella. Me cambió la vida y me lo dio todo, y yo no fui capaz de quedarme a su lado. Sabía que no podía pedirla que se viniese conmigo, pero debí haber hecho algo. Ojalá pudiera encontrar una manera de hacerla cambiar de opinión, de dar marcha atrás en el tiempo. Porque a pesar de estar siguiendo mis planes, mi vida no es igual desde que ella no está conmigo.

Nunca debí haberla dejado ir, jamás de los jamases, porque ahora me estoy derrumbando a pedazos. Me gustaría poder decirla que no quiero seguir fingiendo, que la echo de menos, que la necesito, que no puedo vivir con ella a tantos kilómetros de mí. Nunca debí haberla dejado ir. Me pregunto en qué estará pensando en estos mismos momentos, qué estarán viendo sus ojos grises azulados, me pregunto en quién pensará cuando no puede dormir por las noches. Me gustaría poder decirla que todos los momentos que desperdicié, todas las estupideces que cometí, todo lo que dije, lo retiro.

Hay días mejores y peores, pero llegar al alba todas y cada una de las noches sin ella a mi lado es lo más difícil que he hecho nunca; ella no sabe lo que significa echar de menos a semejante persona, y no ser capaz de reunir los pedazos de mi propia vida en uno solo, porque me cambió la vida y la dejé marchar. Nunca debí haberla dejado ir.

Porque ahora, el sitio más precioso de la Tierra, me parece el más triste. Todo por culpa de mis planes, mis planes para uno.


Haber sabido cómo (VI)

Ha vuelto conmigo; está aquí, tumbada a mi lado, pasándome un brazo por el costado. Estoy llorando y la suplico que no me deje solo de nuevo; <<Nunca te dejaré marchar>>, dice. <<Lo malo ya ha pasado>>. Pero no es verdad, porque Luca me despierta de un ladrido, y vuelvo a estar solo. Me enjugo las lágrimas y salgo a la calle, camino del psicólogo. No me molesto en desayunar.

<<Lárgate de mi cabeza>>, le grito a su fantasma, que me acecha, haciéndome sangrar. Si no va a volver, mejor que se vaya. Pero no quiere. Puedo oírla hablarme, susurrarme al oído palabras que sólo yo oigo. Me dice que no me preocupe, que cierre los ojos, que el sol ya se está poniendo y que voy a estar bien; dice que, ya nada puede hacerme daño, que estoy sano y a salvo. Me dice que no me atreva a mirar por la ventana, porque la guerra no ha parado y todo sigue en llamas; me agarraré a nuestra nana como si fuera un bálsamo calmante, hasta cuando deje de oír la música.

Ya no sé qué quiero hacer; si su fantasma me persigue significa que fue real, pero si no se va, puede que sea yo mismo el que nunca vuelva a pisar la tierra de los vivos. La echo de menos, y me odio a mí mismo por haberla matado. El psicólogo me dice que yo no tuve la culpa de que se suicidara, pero yo sé que sí que la tengo. Ella odiaba el mundo en el que vivía, el mundo en el que yo estoy obligado a quedarme, y pidió ayuda a gritos. Yo la ignoré, y ella se rindió. Debí haber estado con ella, debí haber sabido cómo salvarla. Sin ella no tengo motivos para vivir y, sin embargo, sé que no tengo el valor para suicidarme. Así que me quedaré aquí, arrastrando los pies hasta que la parca me lleve de nuevo con ella, cuando sea que me llegue la hora.

<<Cierra los ojos, el sol ya se va; vas a estar bien. En cuanto salga el sol, estarás sano y a salvo>>. Su espíritu susurra eso a mi mente, y yo me dejo llevar por la música que emite su recuerdo. Miro al cielo, urgiendo al sol que se ponga y deje paso a la noche, porque sé que tiene razón. Estiro el cuello lo más que puedo, sin dejar de caminar. Lo último que oigo es el chirrido de un coche negro abalanzándose sobre mí, al mismo tiempo que el sol desaparece.

Abro los ojos y sé que estoy sano y a salvo, porque ella ha venido a buscarme.

Lluvia de estrellas

Te pones los auriculares, guardas el móvil en el bolsillo con la música en aleatorio y sales a la terraza. Hoy todo parece más tranquilo; no hay casi movimiento, hay una fresca brisa que te mece suavemente el pelo, el ambiente huele a lluvia y el cielo está totalmente despejado. Las estrellas brillan hoy más que nunca. O puede que sea su recuerdo el que te haga verlo todo más brillante.

Es uno de esos días, cómo decirlo... raros. Estás agotada, machacada por la tensión y el cansancio, y aún así te quedan fuerzas para sonreír y pensar en tus cosas sin pestañear. El reproductor de música se está portando fenomenal esta noche; suenan todas tus canciones favoritas una detrás de otra, cada cual con un recuerdo mejor que el anterior, un sentimiento más intenso. Te preguntas dónde están esas preocupaciones que te han estado siguiendo, pero como entonces asoman por la puerta, decides olvidarte de ellas y centrarte en lo que te hace sonreír. No quieres saber nada de preocupaciones; esta noche, sólo estáis tú, la música y las estrellas.

Estás apoyada en el balcón, ignorando la presión incómoda de la piedra en tus codos, mirando el mundo a tu alrededor. Una farola parpadea, vacilante, y al cabo de un rato se queda sin luz. Un paseante nocturno arrastra los pies mientras su perro, un pequeño Terrier escocés blanco, corretea alrededor de un árbol, incansable. Los dueños del bar de tapas están recogiendo las sillas y encadenándolas todas juntas, como cada noche. Sientes un escalofrío. Hoy todo parece un poco más pequeño, un poco más al alcance de tu mano, un poco mejor. El mundo está tranquilo, descansa al ritmo de los noctámbulos perdidos en los balcones, mirando al cielo.

Ves una estrella fugaz y se te eriza el pelo de los brazos, mientras llega el punto culminante de tu canción favorita. Entonces, mientras el resto del mundo duerme, tú vives una lluvia de estrellas.


6.08.2012

Con los pies en la Tierra

Después de incontables días, noches, horas, minutos y segundos yendo de un lado para otro sin saber qué hacer, qué decidir, cómo actuar, a quién odiar o a quién amar, has hecho una decisión. Ante todo, aun intentando ayudar al mayor número de gente posible, a quien más vas a favorecer va a ser a ti misma. Se acabó ser infeliz por los demás; si ellos de verdad te quieren, deberían ser igual de felices si lo eres. Si no lo son, entonces es que no te quieren lo suficiente.

Batallas, peleas, llantos, risas, éxitos, fracasos... Has vivido muchas cosas, aunque por supuesto no todas, así que sabes que te quedan muchas más por vivir; muchas cosas por hacer, muchos mundos que cambiar, mucha gente que arreglar. Y puedes hacerlo de dos maneras: amargada, con los grilletes del pasado ralentizando tu camino, o con una amplia sonrisa. Por todo lo que se puede sentir con una sonrisa en los labios, eliges vivir. Se acabaron los grilletes, las trabas y los come cocos. Ahora vas a ir tú primero. Porque si no cuidas de ti misma, ¿cómo vas a cuidar de los demás? Esa fue la frase que le dijiste a alguien que quiso darlo todo hace tiempo, y no entiendes cómo podías haberla olvidado. Menos mal que ahora te acuerdas.

Por nada del mundo vas a cambiar lo más mínimo; sigues queriendo darle la vuelta al mundo (hoy día 8 con la camiseta del revés [Movimiento Somos]), sigues queriendo escribir todas las historias que hayas conocido y las que te quedan por conocer, no vas a dejar de pintarte un número trece de color azul y de cantar a grito pelado las canciones que te han inspirado todos y cada uno de las respiraciones que has tomado; seguirás durmiendo como una marmota, bailando cuando nadie te vea, mirando la lluvia embobada, llorando con películas sin sentido y riéndote sola cuando llegues a una parte cómica de un libro. Nada ni nadie va a cambiarte, y estás orgullosa de ello, porque sigues queriendo hacer todas las cosas que un día te propusiste. Todas y cada una de ellas.

Sólo que con los pies en la Tierra.


Haber sabido cómo (V)

Me despierto con un trapo mojado en la frente, la fiebre ya me ha bajado, aunque aún no me encuentro bien. Mamá ha dejado un vaso de leche con galletas en mi mesilla, además de una pastilla que ingiero al momento, aunque eso me provoque arcadas, temblores y un nudo en el estómago. Desde el "accidente" ya no me gustan las pastillas. Ni los medicamentos en general.

Cuando me desperté el día que faltó a clase, di un profundo suspiro, intenté recobrar la compostura y llegar hasta la puerta; cada paso era un mundo, la fiebre me tenía en otra dimensión. Debería haber ido a su casa inmediatamente, pero mamá no me dejó, y yo muy estúpido de mí decidí no darle importancia. Volví a llamarla por teléfono, y volví a encontrarme con el contestador. Tiré el móvil contra una esquina de la habitación y enterré la cabeza entre las manos. <<Ojalá pudiera salvarla>>, me dije.

Ojalá pudiera encontrar una manera de ayudarla, de arrancarle todos los problemas que la minaban y maltrataban y hacerlos añicos; pero no importaba lo que hiciera, no podía ayudarla. Cada vez que oía su voz, las palabras se convertían cada vez más en susurros; cuando la encontré era solo piel y huesos, no había carne, no había alma, no había vida. Ojalá pudiera haber encontrado la respuesta a tiempo. Y ojalá no la hubiera encontrado yo ahí tirada, con el bote de pastillas vacío.

Tendría que haberla dicho a tiempo que, si se tropezaba o caía, yo estaría ahí para recogerla; si perdía la esperanza en sí misma yo le daría las fuerzas para continuar; tendría que haberme dicho que no iba a rendirse, porque yo habría estado allí para salvarla. Pero no estuve. Si hubiera encontrado la respuesta... Había tantas cosas que quería y tendría que haberle dicho, tantas cosas que tendría que haber vivido... Aún si hubiera sido para siempre, habría estado ahí para ella. Ojalá me hubiera dado el tiempo para llegar.

Debería haber encontrado la respuesta, porque eso me habría enseñado cómo salvarla la vida.